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mar
Prof. Juan José Rossi
Chajarí, Entre Ríos, Argentina, junio 2007
Un Día, hace apenas quinientos años en el contexto de 40 mil de historia humana continental ―o sea, no hace tanto como pretenden los clásicos historiadores obsecuentes con la episteme del sub-continente europeo― un tal señor navegante Colón, por entonces ‘desocupado’, enfiló desde Palos hacia un punto imaginario (‘para él’) del oeste, hacia Catay y Xipango de Marco Polo, su inspirador, para burlar a los portugueses, según el argumento que utilizó frente a los reyes de la Península Ibérica.
El obstinado Colón (probablemente fue un marinero perspicaz y osado, además de valerse de información ajena para su proyecto comercial) no tenía la menor idea de que de un polo al otro emergiera majestuoso nuestro continente con maravillas inimaginables: hielos eternos, cordilleras con miles y miles de kilómetros, exuberantes praderas, bosques impenetrables, vastas mesetas y desiertos, más de 70 millones de habitantes pululando por doquier con su música y danzas; con sus gobiernos e instituciones; peleándose, construyendo, amándose, enseñando a sus hijos, sudando la procuración de alimentos en el Amazonas o congelándose en el Ártico.
El Colón y sus huestes no tenían la menor idea de que aquí se hablaban alrededor de 1200 idiomas dialectales de más de 150 familias lingüísticas; desconocían que aquí abundaban ciudades de hasta 200 mil personas con urbanización refinada, monumentos impactantes, esculturas monumentales, exquisita orfebrería (que poco tiempo después adornaría prominentes bustos de esposas y amantes, de palacios y templos europeos), cerámica tan exquisita que no podían creerlo; en fin, símbolos y filosofía; estrategias de caza implacables y efectivas; escritura, matemática, astronomía, calendarios (más perfectos que el juliano, robado a los egipcios como quien no quiere la cosa), y un etcétera interminable.
El señor navegante Colón, proa de lo que terminaría siendo una invasión de 300 años, no tenía la menor idea de nada, a no ser el arte de navegar y hacer creer que era místico.
Una mañana lo despertó el cimbronazo de su cáscara de nuez, la ‘Santa María’. Había chocado con las Bahamas y el creyó que estaba en Las Indias. ¡Pobre! Ni bien puso su par de botas en tierra salió a recibirlo un montón de gente y entonces dijo: “¡Uia! ¡Miren! ¡Ahí se vienen los indios! ¡Araca que nos morfan!”. Pero los ‘indios’, que no eran indios ni eran de la India, se acercaron despacito, con respeto y miedo al OVNI ―a sus ocupantes extraterrestres recubiertos con casco, ropa, barba y botas― que acababa de aparecer por obra de magia en las cristalinas aguas del Caribe y, alborotados e ingenuamente (¡quién no hubiera reaccionado así!), les ofrecieron afecto, comida, sonrisas, agua, sus joyas, plumas, tejidos… ¡Para quééé!!! Los extraviados extraterrestres ―en efecto, no sabían dónde estaban y ni soñaban con llegar a ese lugar― se miraron y dijeron: ¡esta es la nuestra! ¡Al abordaje mis valientes! Y desde ese traumático día los nacidos en la empedernidamente expansionista y esclavista Europa, sean quienes fueren y del país que más les guste, lo único que hicieron y siguen haciendo, ellos y unos cuantos ciegos obsecuentes ‘americanos’, fue y es robar, apropiarse de nuestras tierras, violar, masacrar, cristianizar, esclavizar a mansalva. Lo único que hicieron (más allá de introducir por la fuerza su tecnología, idiomas, sistema político y religión) fue mentir, torturar, legislar con sus leyes la forma de llevarse todo sin sentir culpa y de perjudicar a los habitantes nativos que finalmente sucumbieron bajo el yugo de su infinita avaricia, demolidos por el cansancio o la viruela o el sarampión o la tos convulsa, o resfríos letales y demás enfermedades infectocontagiosas. Desde ese día, en nombre de la civilización y de su dios empezaron a silenciar y arrasar pujantes culturas continentales para imponer la suya. Haciéndose los santos (¡cada santo!) con ritos paganos que les prestó el imperio romano ―allá por el siglo IV de su era cuando un sector del cristianismo decidió por amplia minoría de corruptos (la jerarquía) pasar a ser la religión oficial del Estado― los obligaron con una cruz en forma de espada a creer en dioses extraños representados por un triángulo con un ojo en el medio o con la figura de un anciano barbado, o de un hermoso joven muy refinado elevándose hacia el firmamento…
“¡‘Araca’ que se nos vienen los indios!” exclamaron los invasores, pero resulta que se nos vinieron los sádicos y perversos ladrones occidentales muy bien vestidos con piel de oveja (eran lobos). Y así estamos. ‘Como la mona’, bailando al son del organito de Colón, de Fernando e Isabel y de Alejandro VI que hoy tocan todavía los FMI, UNESCO, ONU, GRANDES RELIGIONES, OCHO PODEROSOS DE LA INDUSTRIA, DE MULTINACIONALES (¿les suena?) AMASANDO SU FORTUNA A COSTA DE NUESTRO trabajo y Medio Ambiente.
Para no complicar las cosas ¡mejor no hablemos de la esclavitud de 15 millones de africanos que fueron triturados bajo la dulce protección del cristianismo durante 300 años (los curas tenían autorización para usufructuar hasta 8 esclavos, aunque muchos no hayan ejercido ese derecho ¡“por humanidad”!), ni del genocidio más brutal de la historia humana (si bien ellos, y nuestro obsecuente sistema educativo y político aún no lo reconozcan y se escandalicen en cambio por ‘otros’ genocidios), ni de la destrucción de nuestros idiomas milenarios, ni de la distorsión y mentiras entretejidas en el 90% de sus relatos mal escritos, ni de la traición y corrupción que aquí no existían… porque de lo contrario ¡sería un relato de nunca acabar! Y usted, amigo lector, quiere reflexionar por sí mismo: por qué y para qué demonios (otro invento cristiano en el que ya ni ellos creen) el sistema festeja todavía el 12 de octubre y a sus protagonistas europeos considerados próceres. Que lo festejen ellos que se robaron todo ¡vaya y pase! ¡allá ellos con su conciencia y memoria, que por cierto no tienen para lo que no les conviene! ¡Pero que lo festejemos nosotros! ¿No le parece que ya es hora de madurar y acabar con esta hipocresía de ‘la madre patria’ que inventaron los mismos invasores; que es hora de terminar con monumentos al comerciante Colón (fue el primer esclavista y obsesivo del oro), a los terratenientes Garay y Hernandarias y tantos otros que arrebataron ilegítimamente las tierras a los nativos, o al capitán nicaragüense Rocamora que para fundar ciudades (‘fuertes’ defensivos contra pueblos milenarios que jamás declararon la guerra) exterminó en 1802 a los pocos charrúas que quedaban en nuestro territorio?
Amigos: si en algo herí sus sentimientos y convicciones, créame que lo siento porque no fue mi intención, pero también me alegro, las dos cosas a la vez. Son ideas y metáforas para reflexionar, no para imponer. Para pensar con los hechos en la mano, no con las fantasías que nos vendieron y nos quieren seguir vendiendo.
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