Desde lo filosófico y antropológico, estrictamente no existen culturas y pueblos originarios en esta tierra o, por el contrario, son todos originarios. A lo sumo se podría decir que determinadas culturas emergieron del proceso humano local ‘antes de la invasión occidental’. Pero inclusive los actuales habitantes del continente ―mal llamado ‘América’― y sus culturas, por más influencias de Europa, África y Asia que hayan incorporado en su reciente devenir, son legítimamente ‘originarios’. ’Originarios’ aunque desde lo biológico se sepa o se presuma que la ascendencia de sus protagonistas no surge de alguna línea de vertientes humanas anteriores a la invasión europea o  no se  tenga conciencia de ello.

Sin duda un fenómeno complejo y discutible el del entrecruzamiento de personas que cristalizó, no en los últimos siglos, sino a lo largo de milenios y en todo el planeta, desde el origen de la humanidad. Más aún, que cristaliza ahora y cristalizará en el futuro, sobre todo si se tiene en cuenta que estos diversos emergentes se dieron y se dan con influencias y entrecruzamientos internos y territorialmente foráneos, a veces difíciles de detectar, en especial cuando media alguna invasión compulsiva en algún momento del proceso histórico local como sucedió abiertamente entre los siglos XV y XVIII y continúa sucediendo de forma intensa a raíz de la movilidad planetaria y la globalización compulsiva.

Lo que sucedió, sucede y sucederá en nuestro continente o en cualquier otro, sobre todo en Europa ―si bien intenta disimularlo con su típico eurocentrismo y xenofobia puritana― es un proceso dinámico, causal, zigzagueante y de permanente entrecruzamientos, influencias e intercambios de la humanidad que habita ese o cualquier otro continente o región, como puede ser, por ejemplo, América en general o La Patagonia y el Litoral argentino en particular.

Por otra parte, la ascendencia o descendencia cultural de un individuo o de un grupo no está determinada por lo ‘biológico’ (si así fuera estaríamos aceptando la existencia de razas en una continuidad biológica substancial, lo que científicamente y por el sentido común, es inaceptable). En efecto, somos todos igualmente hombres y no existe el ‘mestizaje’ biológico sino simplemente encuentro o entrecruzamiento de personas, sean estas del mismo color o no, del mismo o de distintos continentes o con igualdades y diferencias de otro tipo. La identidad cultural no es hereditaria, aunque parezca o así se lo suponga ingenua o interesadamente. Se define por lo estrictamente cultural y el compromiso de los individuos y los grupos con el patrimonio y la tradición de la tierra o lugar en que se nace o se es adoptado. Es decir, por el hecho de que un individuo o un pueblo (se tenga la ascendencia biológica que se pretenda tener, lo cual no determina supuestas ascendencias) viva y asuma ‘prácticamente’, sin proselitismos ni reclamos de exclusividades anacrónicas, lo vertebral del patrimonio cultural en cuestión, es decir, la cosmovisión, la filosofía de vida y la organización socio-política propias en el contexto de una comunidad real que las activa. Sería contradictorio ―en todo caso puede ser estratégico con fines espurios al hecho mismo de pertenecer y asumir una cultura a la que grupos y personas afirman representar―, por ejemplo, pretender ser celta, galo, inca o huarpe si en la práctica se vive como ‘occidental-cristiano’, bajo la hegemonía del Vaticano y la filosofía europea, aceptando las reglas socio-políticas y jurídicas de esa u otra cultura invasora. Hoy muchos pregonan ser ‘indígenas’ cuando en realidad no existen como tales, puesto que ese adjetivo es una ficción creada por el invasor para diluir y desvalorizar una única historia humana continental de todos los tiempos, la del hombre. Algunos afirman ser kollas, diaguitas o charrúas pero sienten y afirman ser católicos y occidentales acogiéndose, confundidos, a  leyes, condiciones y estructuras del supuesto invasor ‘blanco’.

Esos supuestos invasores ‘blancos’ serían, en la opinión general y sobre todo en el enfoque actual de los mal llamados ‘indígenas’, todos los que no nos asumimos como ‘indígenas’ o de alguna parcialidad en particular. Es decir,  quienes, por ejemplo, vivimos en territorio argentino o uruguayo que, sin reconocernos ‘aborígenes’, sin embargo sentimos como ‘nuestra’ a la historia y la cultura de todos los tiempos de este territorio enriquecidas a lo largo de miles de años por el devenir y la presencia de un proceso humano causal del que emergieron, emergen y emergerán incontables manifestaciones culturales y políticas nativas. Es decir, culturas ‘de este lugar’, pero que naturalmente se entrecruzan e inter-influyen, que se han sucedido unas a otras, se suceden y sucederán indefinidamente en el tiempo creando, trasmitiendo y heredando, en ese devenir, un patrimonio común que todos, sin diferencias ni exclusiones, deberíamos asumir como propio por el solo hecho de haber nacido en esta tierra. Por otra parte, claramente es eso lo que hacen y sienten los europeos de cara a su historia y patrimonio cultural. Para ellos no existen dos historias paralelas o contrapuestas, la de los ‘indios’ por un lado (que serían, en el caso de Europa, los antiguos cromagnones, neanderthales, ligures, latinos, celtas, galos, griegos, romanos, etc. o los sami del presente) y, por otro, la de los ’blancos’ (por ejemplo, franceses, alemanes, ingleses u holandeses actuales, que en realidad son más morochos’ que los sami de Suecia). Para los europeos, como debe ser, hay una sola historia y un patrimonio cultural que esa humanidad amasó en el tiempo, que respeta y valora y que, más allá de diferencias ideológicas y políticas, comparten y defienden a nivel continental. Tampoco establecen hitos sustancialmente divisorios de su historia (un ‘antes’ y ‘después’) por el hecho de haber sido también ellos invadidos en alguna instancia ―fue el caso de los llamados ‘Bárbaros’―.

Todo lo cual no obsta a que determinadas sociedades, conformadas en el devenir de la región ―como la gitana, vasca, gallega, etc.―, luchen por alguna autonomía política basada y respaldada en la continuidad de su experiencia como nación cultural, inclusive con su idioma propio, en el contexto de un sistema socio-económico occidental-cristiano-capitalista que ellos en la actualidad comparten obligados o voluntariamente, según el caso.

Llevada esta reflexión a nuestros días, parece extemporáneo y disolvente que, por ejemplo,  guaraníes o mapuches de cualquier territorio pretendan ser ‘los invadidos’ a quienes la sociedad o nación argentina (¿nosotros?),  ―‘occidentalizada’ por la fuerza en muchos aspectos de su sistema filosófico, político y jurídico―  debería ‘devolverles’ la tierra e instituciones políticas tradicionales que los europeos (no nosotros, aunque muchos hayan sido o sean obsecuentes con esa invasión) se apropiaron o destruyeron en su momento. Mal le pese a algunos auto-denominados ‘indios’, los aquí nacidos ayer, hoy y mañana somos todos ‘nativos’ y como tales herederos de una historia, de valores (no de una estructura política en particular porque hubo y habrá miles) y de una filosofía continental milenaria genuina que, entre todos, tenemos el derecho y la responsabilidad de conocer, asumir y tratar de recuperar en la práctica. Recuperar no haciendo proselitismo de tal o cual nación o cultura ―desaparecida o no― emergente antes o después de la invasión, sino sumiendo en el pensamiento y en los hechos los valores y principios que a lo largo de miles de años cristalizaron en esta tierra, como son, por ejemplo, las cosmovisiones (no precisamente ciertas celebraciones, ritos y  danzas que se modifican permanentemente, sino la filosofía de vida que las respalda y que es celebrada en encuentros colectivos), la no propiedad privada de la tierra, la mitología propia, la única historia del hombre continental por más invasiones internas o externas que se hayan producido en el continente. En efecto, la invasión de los europeos no fue la única, también los incas y aztecas política y económicamente invadieron naciones autónomas, por mencionar apenas  ejemplos más recientes de nuestra milenaria historia humana continental.

Se suele pasar por alto que en los espacios habitados por el hombre se dan procesos causales y zigzagueantes profundamente hilvanados por diferentes estrategias (de las que, gracias a la memoria que el genero Homo desarrolló en el proceso evolutivo, va cristalizando el patrimonio cultural de los pueblos y de la humanidad), activadas, estas estrategias, en íntima relación con el ecosistema en un permanente e inevitable intercambio causado por múltiples causas y motivaciones, entre los grupos próximos o lejanos de distintas vertientes. En este sentido no hay culturas o pueblos ‘originarios’ con exclusión de otros, sino ‘emergentes’ de un complejo proceso humano que continúa. Emergentes de un torrente ―la historia humana planetaria o regional― que genera pensamientos propios, singulares y determinantes en los distintos enclaves y que, en su trayectoria sin fin, se enriquece a través de su íntima relación con el entorno y demás grupos cercanos o distantes, sean estos de donde fueren y vinieren de donde vinieren. Suponer lo contrario ―es decir que los pueblos son endógenos y puros o que tienen una historia paralela y derechos exclusivos basados en una supuesta ascendencia biológica, por otra parte imposible de comprobar― es, como mínimo, ingenuo desde un análisis filosófico-antropológico e histórico.

La historia y el pensamiento o filosofía de un lugar se configura desde lo propio en un necesario intercambio, buscado o no, con lo externo y advenedizo por distintas circunstancias. Esto sucedió tanto en el territorio europeo como en el africano, asiático y el nuestro. La experiencia y el patrimonio humano paraquense y tiahuanacota influyeron, por ejemplo, profundamente en todo el norte argentino-chileno; los gé, kaingang, pano y arawak sobre la floresta brasileña, paraguaya y el Litoral; los incas  en todo el sub-continente Sur y también  África, Europa y Asia sobre nuestro continente en su totalidad en la medida en que estos últimos, a veces coercitivamente ―como fue el caso de los europeos―  ingresaron e ingresan en el torrente milenario de esta tierra para mezclarse de distintas maneras con las estrategias propias del lugar invadido. A partir de allí se generan diversas circunstancias indeseables e injustificables propias de una invasión. Surgen nuevas estrategias de supervivencia presionadas por el poder invasor y al mismo tiempo con el sello explícito o subyacente del patrimonio milenario local. En ese devenir complejo, la historia de un continente o región cambia, se destruye y se enriquece a partir de la experiencia humana que busca siempre el bienestar donde quiera que el hombre despliegue su capacidad creativa y sus deseos de vivir. Es eso lo que nos moviliza como especie y mueve a la humanidad, no simplemente el hecho de reclamar la pertenencia aislada ―y supuestamente incontaminada― a una u otra cultura emergente de ese proceso.

Decir que las culturas y los pueblos que encontraron los invasores europeos son ‘originarios’, puede sonar bien. Pero es riesgoso utilizarlo porque nos retrotrae a una visión dicotómica de nuestra milenaria historia continental que es urgente recuperar porque, efectivamente, es la ‘nuestra’. Probablemente sea mejor decir ‘originarias’ que indias, indígenas o aborígenes, todos ellos términos inadecuados para expresar el concepto o la realidad que se quiere significar ya que en este continente nunca hubo ‘indios’ ni ‘indígenas’ sino simplemente hombres o habitantes protagonistas de un proceso que continúa con los nativos actuales, es decir, con nosotros en tanto plural abarcativo, con todos los nacidos y adoptados ‘aquí’. En todo caso ciertamente hubo y hay indios en la India de Asia. Tampoco ‘aborígenes’ puesto que este término (en latín ab-origine, esto es ‘desde el origen’) debería aplicarse a los hombres que realmente fueron desde el origen de la población ―en nuestro caso, los primeros de la hoy mal llamada América―. Estrictamente el término se refiere a los grupos que ‘primero’ ingresaron por Bering ―o por donde haya sido― hace alrededor de 40.000 años. Ellos realmente iniciaron la aventura del hombre ―y precisamente desde lo que hoy se llama Asia― en nuestra tierra. Ellos nos preceden desde el inicio a todos los hombres que, a partir de aquellos tiempos remotos, hemos nacido o han sido adoptados en esta tierra, sin importar las circunstancias.

Si pudiéramos hablar de cultura o grupo ‘originario’ en algún espacio del planeta, se trataría del primero que hubiera ingresado a ese sitio con el patrimonio cultural que venía generando desde milenios y con el que echó a rodar el proceso abierto que se continúa en los grupos subsiguientes gracias al patrimonio que heredan y que luego transforman, enriquecen o descartan por la fuerza de su experiencia y por su relación selectiva con los diferentes enclaves, el Waj Mapu de los mapuche, la Pacha de los andinos o la Ivy de los guaraníes, que, como bien sabemos, no son estructuras políticas sino filosofía pura, es decir, formas de ver, interpretar y apreciar el universo y la vida.

En el caso de nuestro continente, fueron los asiáticos (denominación circunstancial y arbitraria que designa a los habitantes del espacio hoy denominado “Asia” que, a su vez, provenían de África) quienes, al parecer, primero ingresaron por Bering a nuestra tierra con su  patrimonio cultural propio, así como en Europa ingresaron los africanos mientras se dispersaban lentamente hacia el oeste y el norte. De ahí en más, estrictamente ninguna otra cultura es ‘originaria’ de uno u otro espacio o, por el contrario, todas son originarias impulsadas por el torrente histórico que heredan.

Desde los primeros grupos de hombres que habitamos el continente, se conformaron a través del tiempo diversas cosmovisiones y una filosofía de vida original que se ha ido enriqueciendo, y seguirá enriqueciéndose, a pesar de ciertas interrupciones transitorias (¿qué son 500 años en el contexto de 40.000 o más?), a través del tiempo y de la experiencia basada en la filosofía y en el modo de pensar propio de la humanidad continental. Un proceso, por otra parte, que puede cristalizar en breve, mediano o largo plazo

Uno de esos principios filosóficos creados y asumidos por el hombre nativo de esta tierra a través del tiempo es, precisamente, que todos los nacidos y adoptados en un determinado lugar son hijos de la tierra, con todos los derechos y obligaciones que tal realidad conlleva, más allá de la voluntad de uno u otro grupo que pueda pretender la exclusividad, o prioridad, de ese derecho a pertenecer a la tierra por la sola circunstancia de haber nacido en ella. En tal sentido, es tan hijo de esta tierra un selk’nam o aonik’enk de 3000 años atrás, un charrúa de hace 1000 y todos nosotros en la actualidad que también somos fruto de esta tierra, de la Pacha o Ivy en  el sentido filosófico más profundo. Sin dejar de tener presente, por supuesto ―y esto vale para todos los continentes― que el hombre nacido en un lugar puede, y de hecho lo hace, renegar de su matriz, es decir, de la Pacha o Mapu, del respeto que debemos al entorno en que se nace: es decir, el espacio vital que comprende la tierra, el aire, el sol, el agua, los vientos y el clima de un determinado lugar con los parámetros filosóficos que en ella cristalizaron y que trascienden las pretensiones de uno u otro grupo o individuo. Ese espacio vital en el que hemos nacido, no por elección, sino por circunstancias fortuitas. Por otra parte, no debe disimularse que no sólo los mal llamados ‘blancos’ transgreden los principios filosóficos tradicionales del continente sino también los mal llamados ‘indígenas’ u ‘originarios’ en la jerga de moda.

Ahora bien, una invasión puntual o circunstancial de no importa qué envergadura u origen y los que se pretenden o suponen ser sus descendientes;  un sistema político cualquiera, por más poderoso que sea; una agresión temporal del orden social y simbólico (como es la imposición de un sistema político, filosófico o religioso foráneo) … NO MODIFICAN EL PRINCIPIO FILOSÓFICO-ANTROPOLÓGICO DE MARRAS que está referido al hombre como tal y no a determinados hombres por pertenecer circunstancialmente a una u otra cultura emergente del torrente histórico local.

En este sentido no deben soslayarse dos realidades de peso filosófico y socio-político:

1.     Es cierto que desde 1492 comenzó una mortífera INVASIÓN a la humanidad ‘nativa’ por parte de otro continente que usufructuó y usufructúa descaradamente del nuestro, contra lo que ‘TODOS’ deberíamos luchar, sin excepción. Una invasión que continúa a través de estrategias aparentemente sutiles pero profundas, como es lo cultural globalizador en sus expresiones filosóficas y religiosas, y burdas como es el condicionamiento económico a nivel internacional.

2.     Esta Invasión es AL HOMBRE COMO TAL. Al hombre que habitaba el continente en el siglo XV, a los hombres que nacieron hasta el XVIII, a nosotros hoy y al de mañana. Esta invasión continuará si no nos sacudimos juntos el yugo. No se trata de una invasión al “indio” (que, como afirmamos, nunca existió ni existe en el continente), o al afroamericano, al criollo o gaucho… sino invasión al hombre como tal desde un centro de poder que, en este caso, nos sigue sometiendo mientras nosotros nos desgastamos peleando o discutiendo entre nosotros para dejar sentado quién es primero y quién tiene más derecho sobre los recursos, la tierra y su filosofía. Cuando en realidad todos somos hijos de la misma tierra que nuestra filosofía milenaria conceptualizó maravillosamente en el mito de la Pacha Mama o Mapu. TODOS TENEMOS LOS MISMOS DERECHOS Y OBLIGACIONES POR SER HOMBRES, por haber nacido en esta PACHA.

La estrategia básica del invasor es, precisamente, hacernos caer en la trampa de las peleas y divisiones internas y en la discusión académica de quiénes tienen más derechos sobre el patrimonio continental. Mientras no lo entendamos seguiremos sometidos, unos social y económicamente y la mayoría cultural y filosóficamente, sobre todo en el aspecto religioso y educativo que, en forma sutil o burda, son todavía alienantes y en beneficio de un centro de poder foráneo que ni siquiera respeta el origen que se atribuye, es decir, en su líder Jesús, que ―al menos según el tenor de los escritos bíblicos―  jamás se impuso a nadie y ni siquiera fue proselitista y menos invasor, a lo sumo discutió abiertamente con el poder establecido y con los hipócritas dando testimonio de algo con lo que se puede o no estar de acuerdo, como sucedió por ejemplo con Mahoma, Gandhi, el Che Guevara y tantos otros.

No referirse a los pueblos de origen anterior a la invasión del siglo XVI con el término ‘originarios’ no significa menospreciar la historia de nuestros antepasados, su contenido cultural y su presencia actual en nuestra historia. Historia que, como afirmamos, no empieza con ellos sino con los primeros hombres que ingresaron al continente hace muchos miles de años y que se continúa en la actualidad con nosotros, los nativos, los nacidos ‘aquí’. Tampoco los europeos consideran ‘originarios’ a los ligures, latinos, celtas, galos, griegos o romanos sino simplemente ‘sus antepasados’ de una única historia que empieza para ellos con el ingreso del Homo sapiens arcaico hace alrededor de un millón de años. Pero nuestro sistema educativo ―inventado e impuesto por el invasor y paradójicamente sostenido todavía― y nosotros mismos somos de tan corta mirada con relación a la humanidad de nuestro continente de todos los tiempos que hablamos de dos historias, la de los ‘indios’  y  la ‘nuestra’. Hablamos de ‘prehistoria’ si se trata de antes de la invasión, y de ‘historia’ si nos referimos al período colonial y republicano.

Una única historia continental, la del hombre. Presupuesto válido tanto para la Europa invasora y, a veces, invadida como para nuestra América invadida y mancillada con un nombre que nada tiene que ver con la trayectoria cultural de nuestra humanidad y con la simbología que produjo a través de los milenios.

Ya lo dijo Martín Fierro con sus palabras: “mientras nos peleamos los de adentro nos devoran los de afuera”. Es preciso levantar nuestra mirada hacia el pasado, palpitar el ingreso a esta tierra de nuestros primeros antepasados y admirar sus estrategias, simples y contundentes, lo cual no significa reproducirlas estructuralmente. Urge dignificar nuestra mirada hacia el presente y el futuro próximo asumiendo nuestra única historia en función de un compromiso que nos involucre a todos en la búsqueda de un estilo de vida propio, emergente y basado en la filosofía milenaria de nuestro continente, es decir, en el ‘pertenecer a la tierra’ y no en el ‘ser dueños de la tierra’; en el ser solidarios entre nosotros en tanto hombres y no de tal o cual parcialidad; solidarios frente a la agresión congénita de los occidentales cebados por nuestra riqueza humana y de la naturaleza; en el imperativo de ser libres y mancomunados en un pensamiento y estrategias creativas ante un ‘primer’ mundo que puja por dividirnos de mil maneras para reinar y desvalorizarnos y hacernos creer (a veces lo creemos) que estamos bien porque recibimos limosnas, sus espejitos y cuentitas de colores a costa de nuestra libertad de elegir cómo queremos ser y hacia dónde queremos ir.

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Es probable que las generaciones de americanos que directa o indirectamente  protagonizaron en la década de 1992 el intento de rechazar o de conmemorar el quinto centenario del 12 de octubre de 1492 recuerden conmocionados, escépticos o vagamente interesados, el hecho de que en aquella década del siglo XX nuestro Continente  y  Europa –no así los demás continentes– se debatían en una curiosa pero significativa discusión en torno al contenido y significado de esa conmemoración. Debate que, sin duda, se mantiene al rojo vivo en ciertos sectores de la sociedad. ¿Debe o no festejarse  el arribo absolutamente casual de tres barquitos europeos a un inmenso continente que ‘ellos’ desconocían? ¿Qué acontecimientos de aquella circunstancia merecerían hoy  la atención de la humanidad y por qué? ¿Quiénes deberían festejar? ¿Qué fue realmente aquel desembarco? ¿Descubrimiento, conquista, invasión o qué…?

De hecho, en 1992, la conmemoración occidental fue ignorada por Asia, África y Oceanía y despertó un relativo interés en el ‘viejo’ y  ‘nuevo’ mundo. ‘Nuevo’, por supuesto, según la caracterización que impusieron políticos, historiadores y antropólogos de aquel supuesto ‘viejo’ mundo, en todo caso no más viejo, o quizá más joven, que África y Asia. El hecho es que en la península Ibérica –sobre todo los naturales de Andalucía, plataforma de lanzamiento de la fiebre del ‘descubrimiento’– durante todo el año 1992 celebraron su ‘hazaña’ de quinientos años atrás con rimbombantes artículos y programas televisivos, con una pretenciosa Exposición Internacional en Sevilla, placas y monumentos alusivos, ceremonias religiosas católicas de acción de gracias y ‘fiel’ reconstrucción de las tres famosas carabelas y su botadura en la que, por alguna distracción de los constructores, una de ellas terminó rápidamente en el fondo del mar ante la mirada, entre suspicaz y trágica, de miles de espectadores que se consolaban cuchicheando por lo bajo “¡menos mal que no se hundieron las de Colón, de lo contrario no estaríamos festejando todo el oro, plata, madera, conversiones, especias, mano de obra regalada, esclavos, tierras, materia prima de todo tipo, preciosas obras de arte… que, ‘con nuestro generoso esfuerzo’, logramos salvar del anonimato y salvajismo trayéndolas a nuestra tierra y, de ese modo, cimentar el gran imperio español en ciernes de aquella época,  llegar  a ser lo grande que somos y, de paso, civilizar a los primitivos y salvajes del nuevo mundo!”

Tengo plena conciencia de que frente a la persistente euforia y despliegue europeo respecto de su supuesto ‘descubrimiento’ de nuestro continente no hubo coincidencias en las reacciones de distintos sectores del planeta, ni entonces –siglos XV-XVI– y menos ahora. Por el contrario, fue como el detonante de un disenso que se profundiza día a día entre quienes buscan sacar a luz la realidad de los hechos y aquellos que defienden a ultranza un status quo impostado, es decir ‘mentiroso’, que les permite seguir usufructuando América y ‘festejar’ una especie de titularidad de algo que ellos sienten todavía como propio frente al mundo. ¡La bendita ‘madre’ patria! En todo caso, madre  perversa, dominante,  esclavista,  extractiva y filicida tras la fascinante –para ellos– máscara de civilización y evangelización compulsiva.

En efecto, no pocas voces críticas y ‘aguafiestas’ del triunfalismo europeo –español, inglés, francés, holandés o portugués, poco importa, todos europeos– se hicieron oír a lo largo de 519 años. Durante el sometimiento no sólo los teólogos y filósofos Francisco de Vitoria (1486-1546), Francisco Suárez (1548-1617), Melchor Cano (1509-1560), Luis de León (1527-1591), Bartolomé de Las Casas (1474-1566), Pedro de Aragón, Antonio de Montesinos (+ c. 1526), Juan de Mariana (1536-1624) y Fernando de Santillán (1570) entre otros en la misma Europa– anatematizaron el accionar y la fabulación argumental de los ‘conquistadores’ sino que siempre, también en la actualidad, personas, grupos y científicos neutrales o críticos, distantes o cercanos a los intereses que motorizaron la invasión, censuraron entonces, y desaprueban ahora, los supuestos derechos y pretensiones de España y demás países asociados para el permanente despojo y humillación de la humanidad de la mal llamada América.

Como muestra del disenso baste recordar que en 1982, apenas diez años antes del quinto centenario de la invasión, representantes sudamericanos ante las Naciones Unidas (seguramente ‘despistados’ y obsecuentes) propusieron emitir una resolución por la cual desde ese organismo se honrara oficialmente al explorador, comerciante (fue el primer europeo esclavista y buscador de oro en el continente) y artificialmente místico Cristóbal Colón. El gesto, que pretendió ser simbólico, desató una espectacular batahola entre los miembros de las Naciones Unidas. El embajador de Irlanda adujo que un monje irlandés del siglo VI había sido el primero en ‘descubrir’ este continente, mucho antes de que se llamara América. El de Islandia aseveró airadamente que fue el vikingo Leif  Ericson quien llegó al nuevo mundo 500 años antes que Colón. Los delegados africanos reivindicaron para sí ¿por qué no? la gesta, y así otros.

Según el antropólogo y arqueólogo norteamericano Kenneth Feder, “aquel debate en gran medida fue irónico” aunque oculta, sin duda, una polémica de fondo que condiciona substancialmente la ‘hazaña’ en sí y la cascada de  conclusiones a la que los europeos arribaron después de su fortuito desembarco en octubre de 1492. Efectivamente, ¿quiénes descubrieron en realidad a este continente? Un interrogante que también podríamos plantear para Europa. De todos modos, con relación a nuestro continente, no importa demasiado sostener la prioridad de los viajes de Colón o creer que exploradores portugueses hicieron recaladas en el continente unas décadas antes que aquel; o considerar a Madoc, noble inglés, llegando al continente norte en 1170; ni tampoco resulta significativo aceptar la exploración vikinga alrededor del 1000 o los reclamos del monje irlandés Brendan atribuyéndose la gesta en el siglo VI europeo o que marineros chinos  estuvieran hace  alrededor de 1500 años o que se hallen razonables los reclamos de una presencia celta hace unos 2500 años o de Libia hace 5000 antes de la era europeo-cristiana.

Sean cuales fueren las pretensiones de uno u otro, los habitantes nativos de nuestro continente ya estaban aquí desde por lo menos 40 mil años antes del casual desembarco europeo. Estaban perfectamente organizados para recibir a los extranjeros llegados de cualquier lugar y época. Por lo tanto es a ellos, sin metáfora, a quienes debe otorgárseles, de pleno derecho, el título de ‘descubridores’ de esta porción del planeta. Ellos fueron quienes iniciaron –como en otros tiempos otros hombres en África, Asia, Europa y Oceanía– una auténtica historia continental tejida con la permanente creación de estrategias que les hicieran posible vivir satisfactoriamente y de acuerdo a sus expectativas.

Hace 80, 50 ó 25 mil años (en realidad poco importa la antigüedad y la fecha, lo significativo es el acontecimiento en sí) pequeños grupos de nuestra especie, desprendidos accidentalmente de congéneres que habían llegado al Ártico tras una fascinante dispersión desde África, traspusieron los hielos que unían ambas masas continentales o, quizá, lo hicieron transitando el fondo nada profundo de un estrecho que, seco transitoriamente por efecto de las glaciaciones, se ofrecía como ruta abierta para lograr recursos y refugios. A partir de aquel acontecimiento fundacional, aquellos ‘hombres’ (no primitivos ni  ‘salvajes’) se abrieron a la  experiencia sin retorno de crear para sí condiciones de vida aceptables en el orden material y simbólico. Poco a poco generaron diferentes estrategias para alimentarse, reposar y encontrar explicación a los fenómenos circundantes en el contexto de ecosistemas cálidos o fríos, montañosos, desérticos o selváticos. Surgieron, entonces, distintos modos de ser de núcleos que, en forma lenta, progresiva y zigzagueante –tal como sucedió en las demás regiones del planeta–, arribaron a sistemas culturales diferentes íntimamente relacionados con el hábitat.

Desde hace muchos miles de años el hombre ‘americano’, el mismo que se desplazaba por las sabanas de África, las estepas de Asia o valles y montañas de Europa, buscó, imaginó, experimentó y creó caminos por donde transitar la existencia. Por eso llegó a fabricar variedad de utensilios que, de rudimentarios en aquellos días lejanos arribaron a sofisticados en la actualidad; a crear métodos de caza, pesca, horticultura; a inventar formas de curar sus dolencias y entender el dinamismo de los astros; a descubrir la pintura, agricultura, cerámica, escultura, tejeduría, metalurgia y ciencias en distintos órdenes; a crear, hace dos mil años, el “0” e implementar calendarios en función del dominio del tiempo, de sus fiestas y de su producción agrícola-ganadera. Poco a poco, impulsado por sus propias expectativas y por el creciente número de habitantes, el hombre de este continente se fue organizando con estructuras cada vez más complejas y verticales hasta llegar a espectaculares señoríos, reinados, confederaciones e imperios de una solidez asombrosa, como fue el caso de los mayas, iroqueses, mochicas, aztecas, incas o diaguitas, por mencionar apenas  unos pocos contemporáneos de la invasión europea. Eran hombres y como tales también generaban conflictos, guerras y todo tipo de disputas que subrayaban, precisamente, su condición de humanos tras una sobrevivencia digna y satisfactoria. Una mirada retrospectiva del devenir continental (por cierto todavía poco conocido) nos faculta, sin duda, a discutir la antigüedad y las vías de ingreso del Homo sapiens, y muchas cosas más que la historia y arqueología se encargan de elucidar con sus investigaciones. Pero lo incuestionable es que a partir del 1492 del calendario ‘occidental’ comenzó a desembarcar en el continente una avalancha de grupúsculos europeos que, con relativa facilidad, aplastaron con armas y ‘convencieron’ ideológicamente a los habitantes nativos, transmutando o exterminando su cultura amasada con ingenio y esfuerzo a través de miles de años. Un genocidio y culturicidio sin par en la historia universal, aunque todavía apenas se tenga conciencia de semejante aberración de un continente invasor paradójicamente autodenominado “cristiano”

Europa, con su poder, estrategias, experiencia y conocimientos de muchos milenios, se enfrentó alocadamente, sin reflexionar en la medida de su capacidad, a una humanidad libre, inexperta en la guerra, ajena a la traición, desprevenida y sumamente hospitalaria. Muchos analistas, desnaturalizando aquella intervención, ingenuamente todavía interpretan que se trató de ‘civilización’, ‘evangelización’ y de un ‘encuentro’ de culturas. Pero sabemos que sólo fue invasión, prepotencia de unos pocos sobre una mayoría indefensa (sólo tenían arcos, flechas, lanzas y piedras o palos, sin organización estratégica) que ni siquiera imaginaba un golpe mortal.

En la distancia del tiempo parece increíble que tantos habitantes (como mínimo setenta millones), culturas, naciones y confederaciones perfectamente organizadas hayan sucumbido en tan corto plazo a manos de unos pocos invasores ansiosos y cargados de compulsivos designios, algunos de ellos disfrazados de ‘ideales’ divinos inexplicablemente fanáticos y proselitistas. En tal sentido se podrían enumerar varias razones explicativas de orden mítico, táctico, estratégico militar y político-religioso, pero al menos mencionaremos dos de ellas que parecerían ser condicionantes y explicativas de los sucesos. Una del orden práctico y otra del ideológico. Es decir, por un lado los reinos ibéricos tenían la urgencia de resolver problemas políticos y económicos internos y externos causados por la atomización de la península y su guerra contra la ocupación árabe; por otro, la sociedad europea, sobre todo ibérica, protagonista de aquellos desembarcos era, o se consideraba a sí misma, “católica”, esto es, consustanciada  formalmente con una institución religiosa imperial cuya cosmovisión  mesiánica y  configuración expansionista –como lo expresa su propia auto denominación católica, que en griego significa universal– condicionaba profundamente a las conciencias y estados de esa época.

Ambos poderes, el político-militar (España y Portugal en el comienzo, Inglaterra y demás estados poco después) y el institucional religioso (Vaticano y sectores heterodoxos, todos hambrientos de proselitismo barato) desencadenaron e impulsaron una determinada manera de relación que originó y justificó equívocos, prejuicios, aberraciones, omisiones y errores garrafales tanto en su accionar cuanto en la interpretación y transmisión oral y escrita del mundo cultural, político y mítico al que habían arribado por azar y que se transformaría en golpe de suerte ‘para ellos’  y letal para los nativos. Recuérdese, como muestra, el patético y cruel  “Requerimiento” que durante el siglo XVI los recién llegados leían en castellano o latín (¡) a los nativos para someterlos con la consiguiente destrucción si no se sometían.

Aquellos europeos de diferentes estratos sociales que se lanzaron a la aventura caliente del ‘descubrimiento’ de oro, riquezas manufacturadas, materias primas, tierras y poder (algún tipo de poder, no importaba cuál) y hermosas mujeres ‘complacientes’ ―vistas desde los prejuicios hipócritas de los occidentales― no vieron o no quisieron ver, ni transmitieron con objetividad las realidades complejas que iban encontrando en su tenaz avance por la periferia e interior del continente. Recién en el siglo XX, y con más claridad en los últimos cuarenta años, se han podido activar criterios objetivos de investigación arqueológica, histórica y lingüística, en consecuencia también una adecuada corrección de las distorsiones y una justa apreciación del mundo que encontraron los diferentes agentes y protagonistas de la invasión. Un mundo vastísimo en culturas, población, organización social, ciencia, arte y tecnología que, sin embargo, los arribados ignoraron o disimularon quebrándolo irremediablemente. A pesar de incuestionables adelantos historiográficos, el sistema educativo se resiste todavía  a asumir como propia la historia global y milenaria de nuestro continente y desde allí realizar una lectura científica del devenir de los hechos.

Desde aquel 12 de octubre de hace poco más de quinientos años, los europeos pretendieron ‘descubrir’ lo que ya existía en proceso desde por lo menos 400 siglos; cerraron los ojos ante la magnitud de la población nativa de más de 70 millones de habitantes, que luego diezmaron o sometieron cruelmente, según el caso, en función de sus designios; despreciaron el desarrollo y logros tecnológicos de las diversas culturas, desplazándolos prepotentemente por los suyos en nombre de su civilización; destruyeron sistemas sociales y religiosos locales sustentados por cosmovisiones generalmente simples, poéticas, originales y coherentes, aunque muy distintas a la mitología europea; informaron y transmitieron herméticamente a la posteridad una realidad distorsionada por su visión eurocéntrica e interesada que, de hecho, justificó teológica, política y filosóficamente el genocidio, esclavitud, culturicidio y expoliación de materias primas, bienes y arte elaborados primorosamente. Sólo recuérdese lo que el artista alemán Alberto Durero consignó en sus Memorias (alrededor del 1525) al apreciar las múltiples obras que Cortés robó y envió al emperador Carlos V: Nada de cuanto viera anteriormente había alegrado tanto mi corazón. Los objetos que del nuevo país del oro –se refiere a nuestro continente, ya entonces considerado “país del oro”– han sido traídas al rey, comprenden, entre otros, un sol de oro macizo, ancho como los dos brazos extendidos, y una lámina de plata maciza de la misma anchura. También hay dos salas llenas de armas de todas clases, corazas y otros objetos extraordinarios, más bellos que maravillas. Algunos revelan un arte sorprendente, a tal punto que me quedé estupefacto ante el sutil ingenio de los habitantes de esos lejanos países.

Hoy, gracias a la superación de ciertos prejuicios generados por el invasor y, sobre todo, gracias a la investigación y conclusiones de ciencias como la arqueología, antropología, etnografía, lingüística e historia, podemos y debemos reformularnos preguntas cuyas respuestas modifican profundamente el concepto que tenemos del invasor, de nosotros mismos y de la historia y cultura de nuestro continente. Ante el consumado fenómeno de la drástica irrupción europea en 1492, en cierto sentido también positiva e irreversible en algunos aspectos, cabe preguntarse quiénes eran unos y otros, vencedores y vencidos; cuáles fueron los profundos condicionamientos ideológicos y religiosos que hicieron y hacen posible todavía una relación destructiva y traumática a nivel intercontinental. En efecto, sabemos que las desproporciones continúan. Baste recordar las condiciones y rechazo que los europeos manifiestan cuando se trata de migración de americanos a sus países y el trato humillante de que son objetos. Olvidan la avalancha de invasores europeos delincuentes, perversos, fanáticos, prepotentes, violadores, esclavistas y autoritarios a nuestras tierras durante más de 5 siglos.

En efecto, más allá de la ideología de cada uno  resulta sumamente saludable preguntarse quiénes eran y quiénes son realmente los nativos y los europeos, vencidos y vencedores. Cómo vivían y se comportaban unos y otros en sus diferentes hábitat. Cómo y cuáles eran y son sus respectivas cosmovisiones y religiosidad, es decir, su manera propia de concebir, ver e interpretar el universo, el mundo, la vida y la muerte. En fin, los habitantes del continente ¿eran y somos, como se dijo, salvajes… y los europeos civilizados? ¿o simplemente diferentes?

No se trata de comparar dos mundos distintos o de  contraponerlos en función de legitimar a uno y reprobar o descalificar al otro, sino de reconocer sin prejuicios que existían y existen formas opcionales de configurar y transmitir estrategias (historia y cultura) que hacen más placentera y significativa la vida de los hombres en los distintos enclaves del planeta. Reconocimiento elemental, de hoy y  de ayer,  que debería generar una sana actitud de respeto de unas culturas hacia otras, aceptando las diferencias en pie de igualdad, por más grandes que sean estas diferencias. Teniendo en cuenta, además, que cada continente tuvo y tiene su propia historia a partir del momento en que el hombre recaló en él desplegando sus potencialidades por el sólo hecho de ser hombre y no ‘africano’ o ‘europeo’, ‘cristiano’, ‘musulmán’ o creyente de la cosmovisión andina.

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Introducción

¿Desde qué mirada captar hoy los ecos de los imperialismos en el mundo? ¿A qué sectores de la humanidad se suelen proponer como sujeto de este análisis? ¿Por qué y para qué se quieren reconocer a supuestas víctimas y consecuencias de los imperialismos? ¿Hoy, por ejemplo, realmente se quieren poner en evidencia a los imperios del ‘primer mundo’ o de las transnacionales? ¿Para diluirlos y superarlos a nivel planetario (quizá una utopía ingenua) o con el fin implícito de desentrañar los mecanismos que ya no son efectivos para mantener alguna hegemonía que haga todavía posible la expansión territorial, económica, cultural y religiosa o la primacía aberrante de unos sobre otros y la extracción de recursos a costa de poblaciones directa o indirectamente sometidas?

Si se tratara de investigar los ecos del clásico e inmemorial imperialismo europeo ejercido en África; en América a partir de 1492 o en otros sectores del planeta en distintos momentos, habría que analizar ante todo POR QUÉ la predisposición casi congénita de ‘Occidente’ (y de sus actuales discípulos) para invadir de algún modo tierras y gente que no son de su incumbencia y que ni siquiera pertenecen a su territorio. A sectores que por diversas circunstancias aparecen como más frágiles desde lo tecnológico y defensivo pero absolutamente con los mismos derechos y obligaciones y con diferencias culturales legítimas y respetables. ¿Es todavía necesario insistir en que no hay culturas superiores e inferiores, de un ‘primer’ y ‘segundo’ mundo, sino simplemente diferentes? En fin, ¿por qué Europa y otros empedernidos invasores contemporáneos en su devenir no se conforman consigo mismos, a pesar de considerarse  ‘inteligentes’?

Las excusas estratégicas y los argumentos filosóficos aducidos para justificar semejante endemia enfermiza –que para ellos resultan ‘saludables’– objetivamente son falsos y sofisticados. Ahora bien, la respuesta de por qué Europa, ahora también EE.UU del Norte, en su relación con el resto de planeta ‘es como es’ se perfila tan obvia que pasa desapercibida. En efecto, el pequeño subcontinente y los Estados del Norte de América desaparecerían como tales si no intentaran expandirse permanentemente. Al menos así lo creen desde su supuesta superioridad cultural y socio-política. En efecto, desaparecerían por falta de recursos que sostengan esa ‘superioridad’ suponiendo ellos, en su inconsciente o subconsciente colectivo, que caerían en manos de pueblos emergentes potencialmente ‘enemigos’. Es decir, en manos de naciones jóvenes, fuertes y con recursos ilimitados, como son en la actualidad los de Asia, África y América que, en realidad, no tienen la más mínima intención de invadir a nadie.

Considero que en el caso específico del continente americano, no sería tan importante analizar ‘los ecos o consecuencias de los imperialismos’ que la sometieron y siguen sometiendo de manera solapada sino PORQUE Europa y EE.UU. del Norte, en sus respectivos procesos histórico-culturales, por cierto admirables en muchos aspectos, tuvieron y siguen teniendo la vocación y habilidad para someter a otros pueblos.

Los ecos o consecuencias vigentes de los imperialismos, al menos en América y África, son obvios. En realidad están a la vista para quienes quieran verlos en cientos de manifestaciones que no requieren estadísticas.

Ecos de los imperialismos en la mal llamada[1] ‘América’

La propuesta específica del presente trabajo puede parecer hiperbólica y distante respecto de una mirada retrospectiva de los últimos 5 siglos de vil dependencia del continente americano y de su coyuntura  actual. Sin embargo en él se esboza una crítica radical al sistema socio-político y cultural impuesto por el invasor y a la historiografía clásica vigente y actuante que, directa o indirectamente,  justifica y apuntala profundamente tal sometimiento.

La propuesta apunta también a re-significar el Patrimonio histórico-cultural milenario propio, de tal modo que dicho análisis crítico incida tanto en el sistema político y educativo como en la vida concreta del individuo y de la sociedad protagonista, por cierto densamente engañada respecto de la estructura y del contenido de su auténtico patrimonio histórico-cultural, todavía velado por el invasor occidental.

No se intenta discutir posiciones ideológicas e historiográficas sino tomar conciencia de la dependencia actual, siendo el objetivo subyacente buscar caminos o pistas que, más allá de diferencias étnicas, sociales, políticas, ideológicas interiores y de emergentes coyunturales, la propuesta movilice a enfrentar de forma constante y solidaria una realidad que, en sus efectos, es ‘crítica’. Crisis que, en mi análisis, trasciende los síntomas actuales y es endémica en la base misma de las estructuras socio-políticas y económicas impuestas estratégicamente por el invasor occidental y también endémica en la mentalidad de la población, es decir, en una particular predisposición a pensar, interpretar, generar y juzgar el devenir de los fenómenos humanos del continente desde la mirada del invasor hábilmente inoculada a partir del siglo XVI.

Presupuestos a tener en cuenta

Para evitar confusiones semánticas y filosóficas enunciaré algunos presupuestos que contribuyan al análisis y críticas pertinentes, tanto de la realidad continental cuanto del presente trabajo.

El primero es estrictamente histórico. Mal le pese a un importante sector de americanos, nuestro continente, impropiamente llamado ‘América’ o ‘nuevo mundo’ (en todo caso ‘nuevo’ para los planes del invasor), tiene como mínimo 40.000 años de historia. Una única, larga y fascinante historia de presencia humana que se inició al ingresar ―ya con un patrimonio estratégico común al resto de la humanidad en dispersión― desde Eurasia  los primeros grupos de hombres en un remoto tiempo sin fecha. Desde entonces se registra en el continente una sola historia que, aunque se haya intentado e intente quebrarla y ocultarla para usufructo de un sistema poderoso, subyace y continúa viva en la actualidad.

Ahora bien, en el contexto de ese milenario proceso histórico, solo hace 500 años (!) se produjo un incidente traumático, esta vez sí con fecha y nombre (1492/comienzo de la invasión europea). No fue precisamente el ‘descubrimiento’ del continente, como todavía se consigna en ensayos y textos escolares y se enseña y obliga a festejar con un día feriado, sino la aparición fortuita de exploradores foráneos (no prevista en las capitulaciones de los monarcas con Colón) y la consiguiente imposición compulsiva de un sistema socio-político-económico y cultural extranjero a una población de más de 70 millones de habitantes en aquel momento. El ‘choque’ de tres barcos europeos con islas del Caribe, marcó el inicio de una debacle y ocultamiento filosófico, político, económico y religioso inimaginable. Al descender aquellos tripulantes a las playas caribeñas, ignoraban por completo (en general se sigue ignorando) el torrente humano milenario y cultural que palpitaba y palpita desde Alaska al Cabo de Hornos. Más aún, ignoraban ―luego ocultaron― el proceso anterior por el que lentamente habían evolucionado sus habitantes diseminados de sur a norte. Aquellos intrusos despistados ni siquiera podían sospechar la variedad de naciones, sus 200 familias lingüísticas y más de mil idiomas dialectales; sus singulares estrategias de vida, su ciencia, agricultura, arte en orfebrería, cerámica y pintura, escultura monumental, observatorios astronómicos, magníficos centros de gobierno y de culto íntimamente relacionados, pirámides y ciudades de hasta 200.000 habitantes, estilos de vida diferentes y contrastantes, como pueden ser la azteca y guaraní o selk’nam y quechua.

Curiosamente, aquellos navegantes sólo captaron qué significaría para ellos haber encontrado ‘de casualidad’ un mundo distinto al de ellos, henchido de materias primas, especias, riquezas manufacturadas, tierras fértiles, y, en especial, mano de obra gratuita y ‘almas’ (es decir, personas) para convertirlas a un sistema de vida occidental dogmático y profundamente distorsionado. Lo cual resultaría letal para el universo cultural  del continente, sobre todo para su organización socio-política y su economía.

El segundo presupuesto es del orden de la metodología en historia. Más allá de ideologías, factores de poder político y religioso o de supuestas ascendencias biológicas, en éste o en cualquier otro continente, ‘todo es historia’. Es decir, todo lo humano que acontece y el proceso en sí de no importa qué grupo y qué lugar del planeta. Por ejemplo, es tan historia lo que pensaron, sintieron y actuaron los charrúas y mapuches (naciones nativas de Argentina) para defenderse de los invasores, cuanto lo que hicieron y sintieron los españoles, portugueses, ingleses, mercenarios y criollos en su accionar para desalojarlos y apropiarse de sus territorios. Lo mismo debe decirse de lo sucedido en Europa ―por ejemplo con las invasiones ‘Bárbaras’― o en cualquier otro continente. Ambas realidades, la del invadido y la del invasor, configuraron el proceso, pero ciertamente los invadidos con más derechos que los otros (aunque sucumbieran) y los últimos con más poder (por eso se impusieron) que los primeros. Inclusive, en la distancia y nebulosa de aquellos hechos desfigurados por los registros arbitrarios e incompetentes del vencedor, es posible que muchos de los nacidos posteriormente en esta tierra, por diversas razones ideológicas, religiosas o afectivas, se identifiquen más con los invasores que con los invadidos, o vise versa… Sin embargo ‘todo es historia regional o continental’ puesto que el proceso, desde el siglo XV en adelante, lo produjo la humanidad protagonista en su conjunto, obviamente en el presupuesto de que, respecto de lo acontecido en América antes y desde el siglo XV, invasores e invadidos eran y son hombres, cuestión sobre la que se insistirá más adelante.

El tercer presupuesto es una simple constatación. Para quienes hemos nacido en este continente, prescindiendo ahora de la categoría ‘tiempo’ (es decir, en qué momento: 20, 50, 500 o 10.000 años antes del presente) y prescindiendo de lo que hemos aprendido en el sistema impuesto desde hace sólo cinco siglos, nuestra auténtica historia es la  protagonizada por el hombre  desde que ingresó al continente hace más de 40.000 años, pasando también, pero no especialmente, por las circunstancias de la invasión de otro continente y de otra cultura. Aclaro que con la expresión ‘sistema invasor’ me refiero a lo político, económico,  filosófico, artístico y religioso o, en un término más amplio,  a lo cultural en tanto suma de las estrategias de vida y no sólo al hecho de la apropiación territorial.

El cuarto y último presupuesto es del orden filosófico y político. El componente substancial que determinó el destino de ‘América’ a partir del siglo XV hasta el presente, es que el invasor, desde una posición obsesivamente eurocéntrica y a medida que estructuraba estrategias y las ejecutaba con una lógica artificial al servicio de esos objetivos, consideró que en el continente no había hombres ni cultura. En consecuencia, tampoco auténtica filosofía, cosmovisiones, ética, idiomas, territorialidad, naciones y organización social. En definitiva concluyeron que aquí no existían verdaderos protagonistas y sujetos de una historia legítima y respetable, una humanidad con derechos adquiridos.

En nuestro continente solemos identificar con acierto los efectos y síntomas de la crisis; manejamos centenares de estadísticas escalofriantes sobre corrupción, pobreza, hambre, marginalidad, desocupación, analfabetismo, dependencia y obsecuencia de los gobernantes frente al más fuerte (antes fue Europa como tal, ahora el ‘primer mundo’ financiero). Sin menospreciar las investigaciones sociológicas sobre crisis y carencias, se debería ahondar y enfrentar con más seriedad las raíces y los mecanismos que las generan y que mantienen sumergida a la sociedad continental, paradójicamente en un contexto de territorios extremadamente ricos en recursos humanos y naturales.

En cuanto a la especificidad de la crisis de referencia, ella no es estrictamente de estructuras políticas y económicas sino de actitudes, de mentalidad y de perspectiva histórica en la conciencia de la sociedad que, de hecho, constituyen el camino a la crisis. Todo lo cual podría traducirse sociológica y psicológicamente por crisis de identidad.

Por diversas circunstancias, internas y externas, los analistas nativos del continente se conforman con describir síntomas coyunturales que suelen atribuirse a manejos económicos internacionales y a malos gobiernos locales, lo cual, en parte, es cierto. Por eso, en términos generales, desde que América es ‘teóricamente’ libre en tanto conjunto de Repúblicas Soberanas, siempre se ha considerado que la crisis y sus síntomas se superarían si la humanidad local fuera fiel (‘sustentable’) al sistema político occidental-democrático-cristiano-capitalista y si encontrara las personas adecuadas que la ‘salven’, hipótesis que inexorablemente se esfuma gestión tras gestión política, sin negar por ello esporádicos y circunstanciales intentos, como el de Cuba y Bolivia en la actualidad y muchos otros en tiempos pasados.

En este punto es legítimo preguntarse ¿Que salven quiénes al continente, de qué y para qué? En efecto, los que gobernaron durante el siglo de la invasión, en el período colonial y a partir de la emancipación política, y los que pretenden ahora conducir América… no fueron ni son entelequias o extraterrestres. Por el contrario, desde la rápida conformación del entrecruzamiento humano múltiple, todos los americanos fueron y son emergentes de un mismo sistema educativo configurado con pautas y rígidos parámetros filosóficos occidentales. Es decir, cuando históricamente, por ejemplo, argentinos o brasileños asumen el gobierno, se hayan formado no importa en qué establecimiento y hayan dicho lo que hayan dicho durante la campaña pre-electoral, terminan ateniéndose a la manera de pensar del invasor claudicando en favor de intereses foráneos y de privilegiados locales que en nada representan los derechos, las expectativas y las urgencias de la sociedad mayoritaria como tal. Sigue la dependencia, con la sensación de una frustración cada vez mayor, mientras hábilmente se hace creer al conjunto de los habitantes ―y lo creen a pie juntillas― que son y pertenecen al mundo histórico-cultural occidental al que, según esa hipótesis, la humanidad americana le debería todo.

Lo  cual  hace  pensar  que  existen realidades condicionantes muy profundas y una mentalidad en la población misma que, se haga lo que se haga, el continente se mantendrá sumergido y dependiente. Más aún, en decadencia si de autodeterminación, dignidad, equidad social y soberanía se trata. Descubrir esas realidades y su incidencia en el inconsciente individual y colectivo es condición sine qua non para captar y ‘empezar’ a superar las causas de la crisis, no importa si a corto, mediano o largo plazo.

He perfilado dos afirmaciones implícitas que deseo subrayar explícitamente para no perderlas de vista. Por un lado que nuestra crisis no es de ahora, como resultado de imperialismos recientes o incoherentes y, por otro, que es importante captar su ‘especificidad’ y apuntar a sus raíces para superarla. En síntesis, una crisis que perdura igual a sí misma desde que Europa logró trasplantar masivamente su sistema socio-político y filosófico para apropiarse del continente, de su gente y de sus recursos con el agravante de que sus habitantes, a sabiendas o no, le hicieron y hacen el juego a esa situación endémica enfermiza. ¿Por qué esta pasividad, en especial en los que asumen el rol de políticos y educadores?

Aunque muchos la disimulan, nadie ignora la circunstancia real de la irrupción fortuita de Europa en este continente ―al menos según la versión más difundida del hecho, porque hay fundamentos para afirmar que Colón y los reyes, más allá de sus dudas, conocían muy bien su objetivo que debía disimularse ante los demás reinos y estados de Europa― y los objetivos vertebrales que generó y se propuso lograr aquella sociedad invasora. Todas las crónicas y documentos de la invasión, empezando por los de Colón[2], expresan con asombrosa claridad la voluntad de apropiación y usufructo que, en el término de 300 años, metódica y  pacientemente consiguieron inocular en la mentalidad del hombre nativo emergente, ignorando perversa y descaradamente la historia milenaria y logros de la humanidad continental, por cierto ‘diferentes’ a los europeos.

El primer documento auténtico de la irrupción sugiere sin hipérbole la envergadura de la humanidad local y, además, diseña el accionar del invasor y el futuro de la relación entre Europa y el continente encontrado fortuitamente (o no).

“Porque sé (escribe Colón a los reyes) que os complacerá conocer la gran victoria que nuestro señor me ha dado en mi  viaje (por decisión propia resuelve que ‘su victoria’ se la ha dado su dios: un buen argumento para engañar a los pacíficos y simples) os escribo ésta por la cual sabréis cómo llegué a las indias donde hallé muchas islas muy pobladas (debe tenerse en cuenta que el navegante había capitulado con los reyes para explorar, comercializar y eventualmente tomar posesión de tierras no gobernadas por príncipe cristiano, en Asia y no en ‘américa’). De todas ellas he tomado posesión en nombre de sus altezas (primer designio germinal: apropiación indebida, ya que fueron conscientes desde el primer momento que el continente estaba habitado por la especie humana). Envié dos hombres tierra adentro que anduvieron tres jornadas y hallaron infinitas poblaciones pequeñas e infinidad de gentes, temerosos sin remedio (esto reafirma la desfachatez de los recién llegados de pura casualidad). Sin embargo cuando se sienten seguros y pierden el miedo se muestran tan sin engaño y liberales de lo que tienen, tanto  que (…) si se les pide algo, jamás dicen que no a cosa alguna que tengan, antes bien  convidan a la persona y demuestran tanto amor que darían los corazones… Y esto no se debe a que son ignorantes, sino de muy sutil ingenio, son hombres que navegan por todos aquellos mares y es una maravilla ver cómo ellos dan cuenta de todo… (Este comentario elogioso del almirante adquiere mayor relieve si se tiene en cuenta que ignoraba todavía sus ciencias, arquitectura, arte, calendarios, tecnología, idiomas, etc.) Estas islas son de desear y de nunca dejar (el deseo permanece latente en la sociedad global de occidente, lo viven como algo natural). De todas he tomado posesión en nombre de sus altezas… En conclusión y ciñéndome a lo que se ha hecho en este (primer) viaje, pueden ver sus altezas que les daré todo el oro que hubiere menester (única obsesión de Colón), especias, algodón, resina, linaza y esclavos idólatras (debe leerse: esclavos ‘porque son idólatras’), tantos cuantos mandaren cargar (segundo designio: extracción ilimitada). Así pues nuestro redentor (obviamente un ‘redentor’ perverso, discriminatorio, inexistente) otorgó esta victoria a nuestros ilustrísimos rey y reina y toda la cristiandad debe alegrarse, hacer grandes fiestas y con solemnes plegarias dar gracias por el alto merecimiento de que tantos pueblos se tornen a nuestra santa fe (tercer designio: conversión compulsiva) así como por los bienes temporales que no solo España sino todos los cristianos obtendrán de aquí. Esto,  en breve, es todo…”

Así lo resumió el navegante Colón en carta a los reyes desde las Islas Canarias el 15 de febrero de 1493. En síntesis, un proyecto embrionario que implicó tres conceptos y objetivos claves: apropiación del territorio, extracción de bienes  y  pacificación o conversión compulsiva de las personas a un sistema simbólico y político foráneo. Todo lo cual, aunque pierde fuerza, continúa en plenitud

De tal modo que una vez inmersa Europa en el proceso de ‘apropiación’ de territorios y bienes, de ficticia ‘civilización’ y ‘pacificación’, tanto la puja entre los poderes europeos instalados como sistema, cuanto los re-acomodamientos políticos locales digitados desde Europa ―incluidas las emancipaciones subsiguientes de los siglos XVIII y XIX― no se modificó en absoluto aquella voluntad inicial de extracción y de dominio irrestricto que impusieron e imponen de forma más o menos burda o velada según las circunstancias. Estrategias que encontramos sutil o burdamente justificadas en el sistema educativo y en sus herramientas de trasmisión.

Se debería entender que, en un sentido realista los americanos de hoy, como hace 500 o 300 años,  somos los mal llamados ‘indios’ de ayer y que la voluntad del autoproclamado primer mundo es someternos a la condición de masa o población sumisa, productiva y pacificada (vale decir, no rebelde a sus intereses). Población aceptada con una serie de diferencias internas que la ‘asemejan’ a la europea (ricos/pobres, universitarios/no universitarios, grandes empresarios/mayoría trabajadora, gobernantes/gobernados, católicos/no-católicos) pero bajo la estricta condición subyacente de que se mantenga humilde, o sea, manejable, pacífica y ‘barata’ en el ámbito internacional.

Históricamente nada ha cambiado de fondo, sí en la forma. En efecto, mientras los sistemas filosófico, cosmovisional, político y religioso impuestos desde el comienzo de la invasión permanezcan substancialmente los mismos y la sucesión de gobernantes republicanos sigan adscriptos a postulados filosóficos y a condicionamientos europeos, los hechos emergentes apenas constituyen ‘anécdotas’ sintomáticas, acciones y actores en un escenario controlado desde el ‘primer mundo’. Detrás del devenir de estos fenómenos (algunos escandalosos otros sobresalientes) subyacen dos realidades muy densas que, para entender lo que pasa en América, no se deberían perder de vista.

La primera realidad es la ininterrumpida invasión, que, por su origen filosófico y estratégico, está en la base de nuestra historiografía y del sistema educativo desde el siglo XV. Yo diría en nuestra mentalidad y forma de ser. La segunda, subyacente, es la aceptación a-crítica del sistema filosófico, político, religioso y educativo impuesto, como si así debiera ser porque, según se piensa y se dice, los americanos portan sangre, costumbres y apellidos  supuestamente europeos, identificándose en los hechos con el invasor.

Parecería que los habitantes del continente de hoy y de ayer no tienen claro quiénes son los invasores y quiénes los invadidos. A sabiendas o no, se da por descontado que en la condición de ‘invadidos’ sólo estaba y está la población mal llamad ‘india’ u ‘originaria’ (los vencidos de la primera hora) y no conjuntamente nativos aborígenes, criollos e inmigrantes de distinta procedencia (mientras fueron inmigrantes, porque ahora todos son nativos por adopción o nacimiento), por el hecho de ser habitantes de este continente. Entonces, queriendo o sin querer, filosófica y operativamente, la mayoría de la población se sitúa en el bando de los invasores, si bien todos son tan dependientes como los habitantes nativos de la etapa colonial. En tal sentido no se debería perder de vista que el operativo ‘conquista’ del continente iniciado en 1492 tuvo y tiene dos dimensiones invasoras o imperialistas profundamente involucradas entre sí que siguieron presentes en todo el proceso hasta la actualidad, sobre todo a través de la filosofía y la educación.

Por un lado la dimensión  político-militar que se manifiesta en casi todos los documentos de época pero que está perfectamente reflejada en el Requerimiento real de 1513 para ser leído a los pueblos que iban encontrando a su paso. Entre otras barbaridades expresa: “Vos ruego e requiero reconozcáis a la iglesia por señora e superiora del universo, é al sumo pontífice en su nombre, é al rey é a la reyna como señores e superiores… si así no hiciéredes… con el ayuda de dios entraré poderosamente contra vosotros e vos traeré guerra por todas partes, é vos subjetaré al yugo e obediencia de la iglesia é de sus altezas e tomaré vuestras personas é vuestras mujeres e hijos é los haré esclabvos e como tales los venderé, é tomaré vuestros bienes, é vos haré todos los males e daños que pudiere…”. Es obvia la conjunción estratégica de ambos poderes en función de sus objetivos.

Por otro lado, la dimensión ideológica, basada en principios filosóficos dogmáticos tanto de los griegos y romanos clásicos cuanto del período imperial hasta el Renacimiento. A partir de estos principios, irresponsablemente Europa neutralizó y desvalorizó las cosmovisiones locales y su  filosofía en tanto diabólicas y erróneas.

Además de estas dos dimensiones,  pilares de la invasión aunque no excluyentes, se dio un fenómeno grave y sutil ―la distorsión epistemológica de la historiografía― que debe destacarse en tanto motor subyacente de la endemia. Esto es, los invasores, desde Europa y ya instalados en América, discontinuaron la milenaria y fecunda historia local a partir de un silogismo absolutamente falso que cimentaron en una ‘lógica ficticia’ y en una supuesta ‘voluntad providencial’ de su dios. De esa manera, y a pesar de unas pocas voces europeas en contra (Suárez, Las Casas, Pedro de Aragón, Motolinía y Montaigne, entre otros), torcieron el eje histórico-cultural de este continente derivándolo hacia  Europa de modo de convencerse a sí mismos y a los nativos que el continente les pertenecía por derecho, porque estaba vacío de gente o, a lo sumo, sólo habitado por ‘salvajes’ sin cultura. Para imponer tal aberración debieron destruir y tapar metódicamente los sistemas filosóficos, socio-políticos, económicos y culturales autóctonos, imponiendo los propios a cualquier costo. Lo hicieron mediante crueles estrategias militares, prepotencia religiosa, implantación compulsiva de sus idiomas y del sistema educativo vertical concebido desde sus parámetros filosóficos y metodológicos. Por eso no es casual sino ‘causal’ que el americano (con excepciones cada día más numerosas) suponga vagamente que en nuestro continente no había ni hay verdaderos idiomas nativos y tampoco filosofía, cosmovisiones, ciencia, tecnología, arte y auténtica política. Todo fue tapado con un gran velo que extendieron desde Alaska al Cabo de Hornos. Baste recordar los textos escolares en que fueron ‘formados’ docentes y alumnos. En ellos apenas se menciona la inconmensurable realidad del proceso histórico-cultural nativo previo, contemporáneo y posterior a la invasión propiamente dicha.

En última instancia la gente ―inclusive intelectuales e historiadores― egresada de un sistema filosófico y educativo concebido en la Europa invasora (con lo cual no se niegan sus propios valores culturales, generados por y para ellos), da por sentado que aquí no había verdaderos hombres protagonistas de una historia milenaria sino ‘indios’, es decir, salvajes, brutos e infieles. En realidad se acepta esa hipótesis ingenuamente (casi sin culpa) porque los americanos vivimos imbuidos de una densa historiografía, literatura clásica y presupuestos teóricos basados en un sofisma hábilmente estructurado por teólogos y filósofos de pensamiento medieval-renacentista eurocéntrico.

Es importante captar la estructura y el mecanismo interno del sofisma subyacente que, en la práctica, adoptó diferentes formulaciones estratégicas en consonancia con la sorpresa inicial y los objetivos emergentes del invasor. O sea, según se trate de apropiarse, esclavizar, explotar, legislar o convertir. Fijemos la atención en dos ejemplos claves. El lector podrá detectar muchos otros:

Cuando los europeos aparecimos en este continente no había hombres cabales sino salvajes e infieles, en consecuencia no había historia ni cultura; es así que el hombre ingresó con nosotros  en 1492; por lo tanto a partir de esa fecha se inicia la verdadera historia y cultura en este continente.

Otra versión de este perverso, tenaz y hábil silogismo, presentado como ‘salvación’ de la sociedad nativa original y de las emergentes después de la invasión, es la siguiente:

Los europeos ‘descubrimos’ un continente vacío, sin príncipe cristiano, es decir, sin dueño; es así que la tierra de nadie pertenece al ‘primi capienti’ y al papa representante de su dios dueño absoluto de todo; por lo tanto en adelante este continente es nuestro por derecho natural y divino.

Esta convicción de la sociedad europea en su conjunto (desde el papa y rey hasta campesinos y criadores de cerdos como los Pizarro), entre muchos hechos lamentables motivó la bula Inter caetera rerum del corrupto Alejandro VI firmada de urgencia el 4 de mayo de 1493 para anticiparse, aunque no lo logró, a una feroz guerra interna de intereses. Esta bula ―y las cuatro siguientes― constituyó la defunción de la autonomía de nuestro continente. Entre otras barbaridades expresa: “Nos, alabando en el Señor vuestro santo propósito (…) deseando que el nombre del Salvador sea introducido en aquellas partes … determinándoos a proseguir por completo… semejante expedición… debéis inducir los pueblos (que allí viven) recibir la profesión católica. (para lo cual) motu propio…, de nuestra mera liberalidad y de plenitud de potestad todas las tierras  firmes descubiertas o por descubrir … por la autoridad de Dios omnipotente concedida a nosotros en san Pedro y por la del vicario de Jesucristo que representamos en la tierra con todos los dominios de la misma, con ciudades, fortalezas, lugares, villas y todas sus pertenencias… para siempre, según el tenor de las presentes, donamos, concedemos y asignamos y deputamos señores de ellas (¡casualmente, las tierras de nuestro continente!) con plena y omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción”[3].

Como sabemos, a este tipo de razonamiento en filosofía académica se lo denomina ‘sofisma’ puesto que por lo menos una de sus proposiciones o premisas es absolutamente falsa, resultando errónea su conclusión aunque parezca correcta. En este caso la premisa falsa es que en el siglo XV europeo “aquí no había gente, ni tampoco historia, cultura, ética y derechos”, o sea, no había humanidad ni devenir humano genuino y autosuficiente, aportando infinidad de argumentaciones ilegítimas o falsas para sustentar semejante aberración: gente desnuda, caníbal, supersticiosa y ¡horror! ignorante del dios y costumbres europeas.

He sugerido apenas la irresponsabilidad y falacia de las fuentes clásicas que  sostienen este sofisma en la historiografía y la enseñanza tradicional. No quiero significar que en ellas no se digan verdades o no se transmitan hechos concretos más o menos reales, es decir,  tal cual los vieron y juzgaron quienes produjeron esos documentos y crónicas. Mi crítica va más allá sin descalificar por completo esos datos que pueden servir relativamente y sólo como referencia novelesca de cualquier intento de etnografía. El análisis apunta a invalidar substancialmente el enfoque de todos los documentos de la invasión y de la mayoría de sus comentaristas posteriores. Apunta a invalidar sus objetivos y el método historiográfico en cuanto siempre resultan  distorsionantes, superficiales y falaces. No tanto por las mentiras y fantasías ―que las dicen copiosamente―, cuanto por estar basadas en aquellos sofismas de marras construidos por la avidez mesiánica y económica de la civilización occidental-cristiana.

Repito, la premisa falsa del invasor es que en el continente no había hombres ni historia ―tan hombres y tan historia como en Europa―, ni tampoco cultura ―tan legítima, aunque diferente, como la greco-latina-occidental-cristiana―. Partiendo de esa premisa arribaron a perversas conclusiones que generaron el tenor homogéneo de los informes, ensayos, teorías y estrategias disfrazadas  de ‘alta’ filosofía y teología ‘salvadora’ (¿de qué?).  Préstese atención a dos ejemplos: Tomás Ortiz, obispo de Darién y el teólogo Juan Ginés de Sepúlveda (circa 1540) sostenían, contra los pocos intelectuales que reclamaban la autonomía del continente ‘descubierto’, que “Los indios son siervos a natura; contando de ellos y de su incapacidad tantos vicios y torpezas  se les hace beneficio en quererlos domar, tomar y tener por esclavos”. Más recientemente, siglo XIX,  el religioso italiano Juan Bosco, con el apoyo incondicional del Vaticano y el gobierno argentino, daba desde Roma las siguientes directivas a los miembros de su congregación por entonces establecida en el Sur: “Sólo a la iglesia católica le está reservado el honor de amansar la ferocidad de esos salvajes (se refiere a ona, tehuelche y mapuche). Para alcanzar tan noble fin, se ha convenido con el papa Pío IX y el metropolitano argentino el siguiente plan: fundar colegios y hospicios en las principales ciudades de aquellas tierras y rodear con nuestras fortalezas (o sea, las famosas  misiones, que han desaparecido porque europeos y criollos aniquilaron a esas tres naciones) a la Patagonia, recoger a los jóvenes indígenas en esos asilos de paz y caridad, atraer principalmente a los hijos de los bárbaros o semi-bárbaros e instruirlos cristianamente de modo que por su medio penetremos en aquellas regiones y abramos  así la fuente de la verdadera civilización y progreso”. Por supuesto, en los dos casos se activa una mirada consubstanciada con la del sistema invasor.

Sin embargo, en la Europa de entonces ―y por supuesto aquí― hubo reacciones en contra de esa hipótesis, lo cual  revela a las claras que eran conscientes de haber encontrado ‘de casualidad’ una auténtica humanidad y de la pulsión que los llevaba al genocidio y apropiación indebida. El teólogo Pedro de Aragón sostenía en el siglo XVI: “ningún rey y ningún emperador ni la iglesia romana incluso bajo el pretexto de predicar el evangelio pueden someterlos, bien sea para ocupar las tierras de éstos, bien para someterlos haciéndoles la guerra… Por lo tanto han pecado gravemente quienes pretendieron difundir la fe cristiana por la fuerza. Así no han conquistado ningún dominio de manera legítima y están obligados a restituir como usurpadores injustos” (!!!). Este contundente razonamiento fue desatendido. No por incapacidad o ‘mentalidad’ de la época, como suele decirse, sino porque no les convenía ni conviene. A lo sumo piden ‘perdón’, pero sólo de palabras, que se las lleva el viento o se archivan, como hizo el Papa en 1992 en Santo Domingo, mientras se quedan con todas las riquezas y genocidios perpetrados en el continente.

Es obvio que ante semejante ceguera de la poderosa Europa no fue ni es fácil encontrar una justa autonomía y crecimiento ya que la telaraña tendida no es meramente política sino, sobre todo, cultural y filosófica. Por tal motivo, el primer paso o, más bien, el paso subyacente a posibles soluciones de fondo, no es un ‘decretazo’ cultural o un ‘golpe’ económico magistral que neutralice los efectos de la presión occidental, sino que, en tanto nativos, nos corresponde a todos conocer y asumir la historia y el acervo cultural milenarios emergentes de esta tierra. Desde allí la humanidad continental debería generar sus objetivos y salida, esto es, afirmar la identidad a partir de la historia propia y defender apasionadamente el terruño con los riesgos que esto implica.

Ahora bien, afirmar la identidad y la auténtica perspectiva histórica que la respalda y nutre supone, ante todo, conocer el contenido cultural del proceso y asumir la responsabilidad de corregir en la práctica diaria la curvatura del eje de esa historia. Este compromiso del investigador, docente, estudiante y de toda la sociedad, no es sencillo porque requiere sacudir parámetros de juicios muy incorporados; implica sentir que la vida y la historia están respaldadas por un proceso original, fecundo y milenario ‘propio de aquí’ y no del hemisferio norte. A la vez, entender que el compromiso con lo propio no significa no prestar atención o desvalorizar la historia de los demás continentes. Todo lo contrario, desde la afirmación de lo propio (válido para la identidad personal) es más fecunda la mirada del ‘otro’ o de ‘lo otro’.

A partir de esta conciencia y autovaloración de lo propio, es posible buscar y encontrar caminos de autodeterminación, equidad interna y superación del nuevo  imperialismo foráneo transitando desde los valores emergentes de nuestra milenaria historia y filosofía. Paralelamente al compromiso personal e institucional (cuando esto sea posible) no se debe  perder de vista que el invasor, desde el sofisma de marras y su poder indiscutible, estableció en América una relación de fuerzas y una mentalidad obsecuente que se mantiene casi intacta ―sobre todo en el sistema educativo, incluida la universidad―  y que de algún modo se debe quebrar o revertir si se pretende lograr auténtica autonomía. Sabiendo que para ellos ‘defendernos’ significa declararles la guerra en inferioridad de condiciones.   En este sentido es útil recordar lo que escribía las Casas desde el Caribe, por supuesto sin obtener ningún resultado ante la férrea obsesión de poder, dominio y usufructo:”Todas las guerras que llamaron conquista fueron y son injustísimas y propias de tiranos (…) Todos los reinos y señoríos de Indias son usurpados (…) Las gentes naturales (es decir los habitantes) de todas las partes donde hemos entrado tienen derecho adquirido de hacernos la guerra justísima y barrernos de la faz de la tierra y este derecho durará hasta el fin de los tiempos”(En: Brevísima Relación de la destrucción de las Indias, Editorial Fontamara, México, 1987).

O sea que en la visión de este sacerdote, testigo durante seis décadas de la masacre y expoliación, ese derecho  tiene vigencia.

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VASCONCELOS, José: Una interpretación de la cultura iberoamericana, Agencia Mundial de Librerías, Barcelona, 1927.


[1] ‘Mal llamada’ puesto que el nombre ‘América’ además de ser reciente, respecto de la historia humana continental, y de  revelar voluntad de apropiación ilegítima por parte de Europa que no reconoció ni reconoce en los hechos la autonomía del continente con una humanidad de 40.000 años de historia y realizaciones extraordinarias como fueron, por ejemplo, sus idiomas, ciencia, tecnología, arte, etc., en sí mismo ese nombre nada significa si no mantener el recuerdo de un invasor inescrupuloso y la sensación de que les pertenece

[2] Carta de Cristóbal Colón, escrita durante su regreso del primer viaje, a Luis de Santángel  para ser entregada a los reyes, fechada el 15 de febrero de 1493.

[3] Bula Inter caetera rerum,, del Papa Alejandro VI de mayo de 1493. Cfr. Colecciones impresas de Encíclicas y Bulas del papado católico. Y en Internet.

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A propósito de nuestra realidad continental y de su humanidad, protagonista de una sólida historia milenaria (lamentablemente poco o nada conocida por los argentinos), es inadecuado y engañoso referirnos a ella dividiéndola en dos grandes regiones: ‘América latina’ (hoy de moda, escribiendo inclusive erróneamente ‘Latina’ con mayúscula) y ‘América sajona’, puesto que tales fórmulas fueron inventadas por los franceses (hace aproximadamente 150 años por motivos ajenos a la realidad del continente) y avaladas por el resto de Europa, y americanos europeizados, con fines estratégicos para diferenciar las aguas al interior de sus objetivos de apropiación. Es decir, reafirmar que los países de América sometidos por los ´latinos´ pertenecerían todavía a los países ‘latinos’ de Europa y los sometidos por los ingleses a los ’sajones’.

En la práctica, los nativos —todos los nacidos y adoptados aquí— nos conformamos irreflexivamente con nombres (América, América latina y América sajona) que el invasor le adjudicó a nuestro continente de más de 40.000 años de historia. Una forma nada sutil de mantener en el imaginario colectivo y en los hechos la sensación de que occidente sigue siendo “nuestro dueño” o “nuestro padre” por habernos —según ellos— engendrado hace apenas 517 años con el casual y comercial arribo de un navegante italiano que se dirigía al Asia por intereses propios y para rivalizar con Portugal.

Pero desde el punto de vista del devenir humano continental y de los más estrictos parámetros filosóficos y epistemológicos, al menos en lo que se refiere a la ciencia histórica NUESTRO CONTINENTE ES UNO SÓLO DESDE ALASKA A TIERRA DEL FUEGO Y ANTÁRTIDA (que impropiamente se llama ´américa´, nombre, como sabemos aunque lo disimulamos, impuesto por el invasor entre gallos y medianoche, que pretende homenajear al espía europeo Américo Vespucio, personaje totalmente ajeno a la realidad continental). SOMOS, DESDE EL INICIO, UN SOLO CONTINENTE Y TENEMOS UNA SOLA HISTORIA MILENARIA QUE INCLUYE UNA SOLA HUMANIDAD DESDE SU INGRESO HASTA EL PRESENTE Y EN EL FUTURO, a no ser que Europa y su dilecto hijo EE.UU., basados en su poder estratégico-militar y comercial, finalmente resuelvan someternos ‘abiertamente’ o ‘anexarnos’ como Estado Asociado a su servicio, como sucede con muchos Estados americanos, en especial con Puerto Rico y el Caribe.

En ese devenir y en un presente relativamente breve, es cierto que en ‘nuestro’ norte (no todo el norte, sólo EE.UU.) ha surgido un sistema circunstancial político-económico imperial perverso que trata de distanciarse y dominar al resto del continente y al mundo (situación que recuerda la tendencia imperial argentina o brasileña frente a países supuestamente más débiles materialmente como Uruguay, Bolivia y Paraguay, reflexión que nos recuerda también la perversa guerra de la ‘triple alianza’). Pregunto ¿hay que sacar por eso a estos países (los imperialistas del norte o los de tendencia imperial del sur) del mapa de la única América mientras unos efectivamente son imperialistas en la actualidad y los otros lo serían si se les permitiera? ¿o hay que inyectar e inyectarnos el contenido milenario de una fecunda historia común que nos aúna y hermana en lo más profundo de nuestro devenir pasado, presente y futuro?

Mientras no hagamos consciente esa historia común, seguiremos embarcados en el sometimiento entre nosotros mismos, mientras Europa busca la forma de usufructuar nuestras divisiones. Son preguntas que deben preocuparnos. No olvidemos que Europa sigue siendo invasora (lo es desde milenios con aire de ‘salvadora’, sobre todo a través del cristianismo, su avanzada estratégica y dogmática), aunque ahora con modales más sutiles que los del siglo XVI y diferentes a los de su dilecto pero peligroso hijo EE.UU. que no tiene el menor reparo en instalar bases en nuestras propias narices, en realidad lo intenta en todo el mundo. La vocación milenaria de Europa ha sido y es invadir como sea, usufructuar, vivir a costa de una humanidad —que ellos definen como ‘tercer mundo’, ‘subdesarrollado’, ‘emergentes’, etc. Lo hace sin apuro, con pie firme y objetivos claros.

Por otra parte, y en otra dimensión de la historia, no debemos subestimar que en el país del norte de nuestro continente, ligado profundamente por una misma historia continental, está ‘la gente’ común como nosotros, las personas que no comparten, o podrían no compartir, la actual estrategia política y económica opresiva; hay millones de nativos de origen pre-invasión, millones de origen africano, etcétera. No somos América latina o sajona (además ambos vocablos deben escribirse con minúscula, no con mayúscula, porque son apenas adjetivos mal aplicados), sino simplemente AMÉRICA (mientras nos resignemos a seguir adoptando un nombre inadecuado), con una sola historia y una humanidad cuyos orígenes y maravillosa creatividad se inicia en el norte y se desplaza a través de los milenios hasta nuestro territorio hoy argentino.

En efecto, el ingreso del hombre por el norte, los vestigios humanos de Lewisville, las maravillosas puntas Sandia, Clovis y Folsom, la cultura de los inuit y Montículos, los iroqueses y sus códigos de convivencia, y tantas otras manifestaciones culturales, pertenecen a la historia del hombre de este continente, a “nuestra” historia.

No obstante lo cual, debe reconocerse que el actual sistema político de EE.UU. es imperial y opresivo y, en esta transición histórica, inaceptable desde todo punto de vista. Un tema para pensar, porque ‘defender la historia del continente desde el ingreso del hombre al presente no es defender el sistema político-económico de los yanquis actuales, sino que simplemente es asumir “nuestra” historia continental que, casualmente, empezó y siguió durante miles de años desde el norte’. Podemos respetar la decisión de algunos historiadores y ensayistas de utilizar el adjetivo ‘latino’ sugiriendo con ello que no estamos de acuerdo con el actual sistema imperial de EE.UU., pero ciertamente es un error, sobre todo utilizarlo con mayúscula (Latina o Sajona) porque no es nombre del continente sino adjetivo ‘posesivo’ (si bien gramaticalmente no lo es) que denota, por su origen e intención, voluntad o conciencia de ‘paternidad’ o apropiación en el que lo inventa y promueve. Tema ‘jugoso’ para discutir ¿no les parece?

Febrero 11, 2010

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El Bicentenario en Debate

-Por una pedagogía democrática y una nueva didáctica popular.

Por una escuela pública y popular, entrerriana, federalista, sudamericana, multi e intercultural-

http://1.bp.blogspot.com/_5PSwkpMj6MU/S5cAEvOZ_5I/AAAAAAAAAEc/WweqIjz3YVE/s400/250px-Virreinato.png

…Sería muy del caso atraerse a dos sujetos por cualquier interés y promesas, así por sus conocimientos, que nos consta son muy extensos en la campaña, como por sus talentos, opinión, concepto y respeto, como son los del capitán de dragones don José Rondeau y los del capitán de blandengues don José Artigas; quienes, puesta la campaña en este tono, y concediéndoseles facultades amplias, concesiones, gracias y prerrogativas, harán en poco tiempo progresos tan rápidos, que antes de seis meses podría tratarse de formalizar el sitio de la plaza…”

Mariano Moreno, Secretario de la Primera Junta de Mayo, Plan de Operaciones, 30/8/1810

Lo que resistían los pueblos no era la libertad, era el despotismo
que
se les daba junto con la libertad; lo que ellos querían era
libertad
sin despotismo: ser libres de España y libres de Bs.AsPara todas -las provincias- significó -el federalismo-, al fin la
independencia
provincial a fin de no sujetarse a ninguna autoridad
que
no fuese la de su provincia propia”
JUAN BAUTISTA ALBERDI, Grandes y pequeños hombres del Plata


1- ¿Qué festejan los gobiernos el 25 de Mayo? ¿Qué festeja el Estado?, y ¿qué significado puede tener esta fecha para los pueblos y para los movimientos sociales
?. ¿Han desarrollado las luchas populares su propio debate y su propia interpretación política del 25 de Mayo? ¿Podremos superar la influencia del discurso estatal oficial?. ¿Cuál es la ideología oficial de la “revolución de mayo”? ¿Podremos superar la ideología de los manuales escolares y de las revistas infantiles?

2- El 25 de Mayo es parte de un complejo y contradictorio proceso histórico y político, de luchas contra el absolutismo imperial español. Ese día, se logró desalojar políticamente al virrey español Cisneros del poder en Bs.As y se constituyó la Primera Junta de Gobierno criolla. Pero los dimes y diretes fueron interminables. En la Semana de Mayo, Cisneros llegó a presidir una Junta, y el 25, los criollos que asumen el gobierno juran su cargo prometiendo fidelidad al rey español, Fernando VII, que estaba prisionero de los franceses. Los historiadores llaman “la máscara de Fernando VII” a esta táctica de los políticos criollos de mayo. Esa máscara política había sido inducida por los ingleses, que eran aliados circunstanciales de España en ese momento, pero que tenían fuertes intereses comerciales y empresariales en Bs.As. La idea era que los burgueses ricos de Bs.As -partidarios del libre comercio con Gran Bretaña- tomaran el poder en nombre del pueblo, pero que no lo hicieran abiertamente en contra del gobierno español, ya que ésto le generaría inconvenientes políticos a la corona británica. La política de Mayo fue un complejo juego de máscaras.

3- El virrey ha sido expulsado políticamente, aunque casi pidiendole permiso, pero ese es el hecho de mayo. Frente a una burguesía criolla débil y timorata, hay que decir entonces que la fuerza histórica profunda que expulsó a Cisneros, el espíritu que empujó realmente y se bancó la liquidación del virreinato, fueron las extraordinarias luchas populares multi e interculturales que se venían dando desde hacía tiempo en Nuestra América: indios, negros, gauchos, criollos, mestizos, mujeres y hombres, niños, todos, dieron su vida antes y después de mayo en la lucha revolucionaria contra la opresión imperialista. Al virrey lo expulsan, en el fondo, las multitudes populares de América. Por eso, y mientras los políticos están a las vueltas, arreglando y en componendas -aquella vez adentro del Cabildo-, discutiendo la continuidad y la legitimidad de un gobierno dentro del marco imperial, el pueblo no deja de preguntarse de qué se trata. El 25 de Mayo tiene políticos adentro y pueblo afuera: de los primeros nacerán el discurso oficial y los futuros actos “patrios”.

4- Algunos políticos de Mayo nunca quisieron sacarse la máscara. Los gobiernos de Bs.As siguieron rindiendo pleitesía a los europeos y proyectaron gobiernos unitarios, monárquicos y principados extranjeros. La idea era arreglar. El discurso de lo posible parece ser la coartada histórica de los Estados. La lista es larga: traición de BsAs a Artigas en la lucha contra los españoles en la Banda Oriental, amonestación a Belgrano por crear una bandera blanca y azul, San Martín que tiene que escribir exigiendo a los congresistas de Tucumán -en 1816- que declaren de una vez la independencia y Güemes que era visto por Bs.As como un peligro y un enemigo estratégico. La política dominante de la Junta de Bs.As era la de un cambio de gestión, antes que un cambio político revolucionario. La revolución de mayo, la revolución de los pueblos, se hizo luchando también contra las políticas del Estado, que se intentaba organizar desde Bs.As. La política oficial era la de iniciar una gestión criolla de lo mismo, una gestión criolla de las estructuras de la dependencia, de las estructuras de un modo de producción colonial que combinaba prácticas feudales, inquisidoras y prácticas capitalistas, en el marco de un capitalismo mundial que entraba paso a paso, en su fase industrial de la mano de la hegemonía británica. Y la política de gestión criolla unitaria de la dependencia implicaba una represión a muerte contra la rebeldía y la autodeterminación solidaria de los pueblos. Pero la política -en el sentido amplio del concepto- es rica, dinámica y a veces, impredescible: los debates se calentaron en la Junta y en toda América, y los debates y las luchas fueron desbordando el cerco político hegemónico. Mariano Moreno -secretario de la Primera Junta- y su grupo político se enfrentaron al conservadurismo de Saavedra y los suyos. Y los hechos y acciones se van encadenando complejamente: los liberales morenistas representados por Castelli fusilan a Liniers y los contrarrevolucionarios en Córdoba. Belgrano -al mando de la expedición militar de la Junta de Bs.As- pierde Paraguay, pero también pierden Paraguay los españoles, ya que la idea de libertad empieza a tomar forma como soberanía particular y fraternidad de los pueblos americanos. Si hay un proyecto de libertad para los pueblos lanzado en mayo, ese proyecto empieza a desarrollarse paradójicamente con la soberanía particular paraguaya, ese modelo político en el que se va a inspirar el proyecto más acabado de libertad real para nuestros pueblos en el Siglo XIX: el proyecto federal artiguista revolucionario. El gran Delio Panizza, poeta de la tierra y del viento, lo percibió con claridad:

…Es que Artigas persigue

unión y libertad y democracia,

él encarna el espíritu de Mayo,

su fe no se quebranta…(1)

5- Los contradictorios liberales morenistas de Mayo lanzan las ideas de libertad -liberarse de España pero gestionando desde BsAs un libre comercio con Inglaterra-, y los pueblos las superan en la lucha. La Revolución de Mayo se vuelve revolución en las trincheras y en los campos de batalla de América. El Himno Argentino original de Vicente López y Planes, la Marcha Patriótica de 1813, lo refleja en sus estrofas: la lucha contra la tiranía es una lucha americana, y aunque el autor del Himno no deja de decir que “Bs.As se pone al frente”, su canto es un canto a la lucha revolucionaria en Nuestra América. El enemigo imperial es un enemigo común:

¿No los veis sobre México y Quito

arrojarse con saña tenaz?

¿Y cuál lloran, bañados en sangre,

Potosí, Cochabamba y La Paz?

¿No los veis sobre la triste Caracas,

luto y llanto y muerte esparcir?

¿No los veis devorando, cual fieras,

todo pueblo que logran rendir?

…San José, San Lorenzo, Suipacha,

ambas Piedras, Salta y Tucumán,

La Colonia y las mismas murallas

del tirano en la Banda Oriental,

son letreros eternos que dicen:

aquí el brazo argentino triunfó,

aquí el fiero opresor de la Patria

su cerviz orgullosa dobló.

…Desde un polo hasta el otro resuena

de la fama el sonoro clarín,

y de América el nombre enseñando

les repite mortales, oíd:

ya su trono dignísimo alzaron

las Provincias Unidas del Sud,

y los libres del mundo responden:

¡al gran pueblo argentino, salud! (2)

El 25 de Mayo es la expulsión política, la destitución -a algunos no les gustará este concepto- del virrey: la revolución de mayo -que va más allá del 25- la hacen los pueblos. Hubo, y con muchas contradicciones, poder destituyente, fuerza contrainstitucional para dar el paso el 25, y hubo potencias revolucionarias co-instituyentes fragmentadas -lamentaremos siempre que inaceptablemente Belgrano interceptara e interrumpiera la correspondencia política entre Artigas y San Martín- y desarticuladas después, que hicieron lo que pudieron, heroicamente. El 25 de Mayo se transforma -deviene- en una puerta política abierta a las luchas, en una puerta abierta a la historia. Por allí intentan pasar los pueblos, ayer y hoy. Moreno paga con su vida, como tantos otros, su enfrentamiento político con Saavedra y el poder.

6- Entre Ríos -acaudillada por Bartolomé Zapata primero-, la Banda Oriental -con el Grito de Asencio, la insurrección popular y con la posterior deserción de Artigas y otros del ejército español-, la autonomía paraguaya con mayúsculas y los fusilamientos de Cabeza de Tigre le van dando forma y cuerpo -paradojal y dialécticamente, insistimos- a la Revolución de Mayo. Lo revolucionario ha sido, es y será, la lucha revolucionaria. Como nos recuerda Mario Alarcón Muñiz, “El 18 de febrero de 1811, Bartolomé Zapata al frente de 52 gauchos logró reconquistar Gualeguay en lo que fué la primera victoria por la libertad en territorio entrerriano, expulsando de la villa a los húsares del rey”. Luego Zapata y sus milicianos recuperaron Gualeguaychú y Concepción del Uruguay -el Arroyo de la China- garantizando con las armas el triunfo de la Revolución de Mayo. Y así como algunos dicen que Belgrano fue derrotado en Paraguay pero sembró allí la semilla de la libertad política, podemos decir que Bartolomé Zapata sembró esa semilla en el Litoral, ya que uno de sus derrotados fue José Artigas, quién hasta entonces era soldado del ejército español, como lo fueron San Martín y tantos otros. La resistencia revolucionaria de Zapata, de los entrerrianos y de los litoraleños es uno de los factores históricos imprescindibles para definir la deserción de Artigas y otros del ejército imperial, y para comprender la fuerza de la lucha federalista después. En este sentido, Alarcón Muñiz, releyendo a historiadores como Gianello, Perez Colman y Humberto Vico, subraya que, “Zapata logró desbaratar el plan realista de reinstalar el virreinato mediante el ataque a BsAs a través de Entre Ríos y Santa Fe”.

Sería mejor en nuestras escuelas y en nuestros actos mostrar un mapa completo de las Provincias Unidas de Sudamérica y señalar la recuperación de Gualeguay, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay como triunfos estratégicos y verdaderos de la Revolución de Mayo, lo mismo que los otros triunfos americanos señalados en el Himno original. Sería mejor enseñarle a nuestros gurises la lucha de Bartolomé Zapata y sus milicias libertarias gauchas, y no la figurita y la política de Cornelio Saavedra y cía.

Y también sería importante repasar los factores económicos, sociales y culturales que impulsaron -impulsar no es determinar- la lucha revolucionaria entrerriana, oriental y litoraleña por la libertad verdadera. En este sentido, Alarcón Muñiz nos recuerda un par de cosas; primero, y citando a Filiberto Reula, que el espíritu charrúa y la autonomía territorial que se vivió relativamente en la era colonial en el “Continente de Entre Ríos” son parte fundamental de la entrerrianidad libre y rebelde, y segundo, y recuperando las investigaciones y reflexiones de Leoncio Gianello, que la mayoría de la población rural en nuestro paisito entrerriano “vivía con incertidumbre, pues poseía y trabajaba la tierra cuya propiedad alegaban poderosos terratenientes vinculados a las autoridades virreinales que amenazaban desalojarlos” (3).

7- Hay un 25 de Mayo de los políticos y una revolución de mayo de los pueblos. Habrá dos bicentenarios: uno el de los discursos oficiales -la patria del Fondo del Bicentenario y del Estado reincidente-, y otro, el bicentenario de los trabajadores y pueblos de Nuestra América en lucha.

Sería mejor representar y reafirmar la lucha popular y multicultural americana por la liberación política y social, y no difundir la imagen de la negra vendiendo mazamorra en las afueras del Cabildo, ni vestir a nuestras gurisas de damas ricas porteñas. Ese es el mayo de los políticos, esa es la ideología oficial , racista y estatal de mayo.

No es nuestra genealogía histórica. Esas imágenes ideológicas no construyen conciencia de lucha por la libertad. Está claro que la ideología oficial del 25 de Mayo es la ideología de la representación política formal burguesa, liberal y conservadora a la vez. Lo que los gobiernos festejan es que ese día se cambió de representación política. El Estado festeja que los políticos de acá pasaron a “representar” -en términos liberales y eurocéntricos- al pueblo en el gobierno, en la administración de los cargos públicos. El Estado argento festeja que se inició la política como gobierno, con todas las oportunidades de enriquecimiento y de poder interno que eso genera.

Por eso, la otra imagen oficial ideológica es la de las figuritas de los miembros de la Primera Junta de Gobierno. La idea del poder es enseñarle al pueblo que los políticos son los que resuelven las cosas, que “el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes”.

Hay que deconstruir la historia oficial y pensar, enseñar y aprender una revolución de los pueblos, con participación y protagonismo de las mayorías populares en la redefinición de su futuro.

8- Como dice Dardo Scavino, dos narraciones se mezclan desde Mayo. Por un lado está la narración americana y por el otro, la narración criolla, el discurso político criollo, lo que nosotros llamamos la ideología oficial de Mayo. Para Scavino -y si bien su análisis debe ser ampliado y profundizado-, “en la narración americana, la revolución venía a establecer la igualdad entre los diversos grupos; en la narración criolla, la revolución venía a restablecer la superioridad de los criollos”, y está claro que, “si el indio y el afroamericano eran parte de los americanos que luchaban contra la monarquía española; si todos ellos, por haber nacido en esta tierra, encontraban una identidad compartida contra un enemigo común; si eran iguales frente al poder del imperio, esa igualdad se pierde bajo el poder del criollo, que defiende su superioridad”. Se entiende que cuando Scavino habla de criollos, habla de la oligarquía criolla, de los criollos económica y políticamente poderosos. Y coincidimos por supuesto con este autor en subrayar que, “doscientos años después de las revoluciones de la independencia que suprimieron el pongo, el yanaconazgo y la mita, las mismas poblaciones se ocupan de limpiar las casas de los criollos, de cultivar y cosechar sus campos y de internarse en sus minas” (4). Doscientos años después, nuestros pueblos originarios siguen peleando por tierra, justicia y libertad. El 25 de Mayo se mezclan las narraciones americana y criolla en un marco contradictorio, y en el proceso de la revolución de mayo, las aguas ideológicas se dividen más aún, por la propia y compleja lucha de clases de nuestra región. El federalismo artiguista es la más acabada narración americana de su época. Y con el sacrificio de tantos, la narración americana sigue latiendo en las luchas pasadas y presentes de los pueblos y culturas de Nuestra América, que no se entregan. El ejemplo del proceso político, social y cultural anticolonialista abierto en Bolivia en nuestros días es, en este sentido, extraordinario.

9- En 1824 la difícil coordinación sudamericana derrota a los españoles en Ayacucho y la independencia política es un hecho en la América Continental. Pero ese mismo año, el gobierno unitario, liberal y porteño de Bernardino Rivadavia entierra a las Provincias Unidas iniciando la deuda externa al gestar el empréstito y negociado corrupto con la banca inglesa Baring Brothers. Las potencias revolucionarias dispersas lograban un objetivo, pero el bloque político y social dominante que se iba unificando ya iniciaba nuevas formas de colonización. Las resistencias y luchas populares continuaron como pudieron, y continúan, y necesitan reorganizar y repotenciar sus fuerzas. Y es bueno empezar a pensar en no repetir errores históricos, de fragmentación y aislamiento, ideológico, político, gremial, social, pedagógico y cultural. La federación multicultural de las luchas sigue siendo una clave para la emancipación de nuestros pueblos. Los cabildos abiertos y populares en red y el combate sin treguas contra la injusticia son un horizonte movilizador. Recordemos que, por ejemplo, el centenario de mayo (1910) encontró a la clase obrera resistiendo a la represión “patriótica” del Estado oligárquico argentino agro-exportador dependiente, pero era una clase obrera a la defensiva, con iniciativas memorables, imprescindibles y gloriosas, pero muy influídas todavía por el pensamiento eurocéntrico y positivista.

Hoy, los tataranietos de la Baring exigen Fondos del Bicentenario y pagos a cuenta. Y varios ya están preparando sus máscaras de Mayo, en el país del no me acuerdo. Debemos evitar nuevos desencuentros y nuevos aislamientos. El pensamiento libertario y militante también debe descolonizarse para poder avanzar en la lucha contrahegemónica.

Prof. Mauricio Castaldo

AGMER María Grande

Foro Artiguista Entrerriano

Junta Americana por los Pueblos Libres

mauriciocastaldo@gmail.com

Marzo de 2010

Glosario (para investigar, debatir, trabajar):

Ideología, revolución, multi e interculturalidad, proceso, burguesía, virrey, cabildo, imperio, colonialismo, feudalismo, capitalismo, liberalismo, conservadurismo, unitarismo, federalismo, soberanía, contradicción, paradoja, contrainstitucional, destituyente, instituyente, dialéctica, Estado, pueblo, racismo, discurso, narración, política, eurocéntrico, positivista, libertario, hegemonía, contrahegemonía.

NOTAS:

1. DELIO PANIZZA, Artigas, Ediciones de la Criolla, 1950, p.90.

2. VICENTE LÓPEZ Y PLANES, El Himno de la Patria, en El Hogar de los Argentinos, Antología Argentina y Americana, Rosario, Editorial Apis, 1957,

3. MARIO ALARCÓN MUÑIZ, Bartolomé Zapata, Héroe Gaucho, en Revista Cuando El Pago se Hace Canto, La Paz, Entre Ríos, 28ª edición, 2008, DARDO SCAVINO, 200 años de contradicciones, reportaje de Gustavo Varela en Clarín, Revista Ñ, 6/3/2010, pp.12-13.

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